12 08 casallaEn estos días de recambio presidencial y mientras llega el paquetazo de leyes que el nuevo presidente enviará al Congreso Nacional para tratar en sesiones extraordinarias, conviene decir algunas palabras a propósito del mentado “anarco-liberalismo”, título con el cual el nuevo presidente se refiere a su ideología política y económica.

Por Mario Casalla
(Especial para Punto Uno)

No se preocupe demasiado amigo lector por entender de qué se trata o de buscar bibliografía al respecto. La cuestión es lisa y llanamente lo que se llama una “contradicción en los términos” por cuanto el uno repele al otro.

¿Hay algo más opuesto que anarquismo y liberalismo? Algo similar ocurre con la denominación de su partido político: “La Libertad avanza”.

La libertad es precisamente un sistema equilibrado de poderes y de relación entre los hombres, por tanto, si avanza sin mayores miramientos contra ese sistema de libertades, va a terminar chocando necesariamente contra ellas (empezando por la Constitución Nacional) y lo que es más contradictorio aún, chocará contra la noción de “propiedad” que es la piedra basal del sistema capitalista dentro del cual busca Milei encuadrarse sin fisuras.

No es extraño entonces que la motosierra sea la herramienta que el nuevo presidente enarbole como símbolo de su mandato. Mucho tendrá que serruchar al parecer para imponer su punto de vista. Rara situación esta, justo en el año en que nuestro sistema democrático festeja sus cuarenta años de ejercicio ininterrumpido que dos palabras sintetizaron muy bien: “Nunca más”.

 

El secreto del trabajo humano

Carlos Marx -en su obra El Capital- se refería a un hecho simple: el descubrimiento que en un momento hace el capitalista de la causa de su ganancia (“plusvalía”), obtenida durante el proceso de producción. Esta no es otra cosa que la diferencia entre el costo de fabricación y el precio de venta de ese producto, el cuál encierra un secreto clave, que hasta allí (siglo XIX) no se había visto con claridad: el valor del trabajo humano, estaba en él la gran diferencia.

El capitalista ha comprado ese trabajo humano a un precio (salario), lo ha agregado a la materia prima y vendido el producto final (mercancía) en el mercado a otro precio mucho mayor. ¡Ese es el “secreto” de la famosa plusvalía capitalista! y sólo el capitalista ahora lo conoce integralmente, lo regula y lo vuelca en su beneficio.

El plus de valor de una cosa no está entonces en ella misma, sino en su agregado humano: más aún, la mercancía es en realidad “trabajo humano acumulado”. En consecuencia, hay que pagarle al trabajador poco salario y vender la mercancía por mucho más en el mercado. Y es en este preciso momento donde Marx nos dirá que aquél capitalista, “esboza una sonrisa de satisfacción” (El Capital, tomo I, pág. 145, edición en castellano del FCE).

Por supuesto que antes de descubrir el “secreto” se enoja (porque no encuentra justa su ganancia); amenaza con cerrar su taller (porque no se reconocen sus riesgos); piensa y repiensa en cómo incrementar su ganancia y sólo al cabo de esa larga cavilación, “esboza su sonrisa”. El secreto no está ya más entonces en explotar sólo la naturaleza, sino en explotar (más y mejor) el trabajo asalariado: o sea, al trabajador.

Nos guste o no, lo digamos clarito o más o menos edulcorado, algo queda claro: el capitalismo nació como un sistema de explotación del trabajo humano (del hombre por el hombre) y desde entonces es la historia de un doble registro: perfeccionarla y a un tiempo hacer lo posible por minimizar los costos sociales de esa explotación.

Una contradicción en sí misma: dañar, pero poco. Pero ¿quién dice que es mucho o poco, o hasta donde se puede llegar?, ¿quién le pone el cascabel al gato; acaso el estado? Al parecer los ensayos de capitalismo de estado no fueron mucho mejores, pero la cuestión sigue abierta y en efervescencia. Del siglo XIX pasó al XXI con un estilo de capitalismo muy diferente pero intacta y agravada. Aquélla marca inicial continúa actuando, cualquiera sea la forma que el capitalismo sucesivamente adquiera (comercial, industrial, financiero, etc).

El peculiar anarco-capitalismo de Milei se inscribe dentro de esta especulación básica del capitalismo.

 

El goce capitalista

Debemos al psicoanalista francés Jacques Lacan otra vuelta de tuerca de esa sonrisa capitalista. Lector de Marx y Hegel en su juventud, elabora en la madurez una teoría de lo que denomina “discurso capitalista” (variante del discurso del amo), donde la economía marxiana se conecta con la perspectiva psicoanalítica, a través de la noción de “plus de goce”.

Derivada de la noción de plusvalía, este concepto lacaniano le pone nombre al tipo especial de satisfacción que se dibuja en la sonrisa capitalista: satisfacción por una ganancia obtenida a partir de la explotación de la humanidad del prójimo. Alegría inconfesable (del todo) que obligará al capitalista en sus inicios a contar el dinero en secreto o discreción, para luego exigir (cada vez más) la pública exposición de esa riqueza volcada a objetos crecientes de exhibición y consumo.

Deseo siempre renovado de un objeto que se escapa y volatiliza (como el dinero) y que en realidad nunca es eso, ni basta del todo. Goce perverso (sin ley) que en realidad quiere todo; pulsión extrema que llevaría a la autofagia (comerse a si mismo) luego de haberse deglutido todo. Ansia de un todo que –como es de estilo- termina en nada y en muerte. Peligroso contagio global, que del capitalista pasa ilusoriamente también al trabajador, transformado en consumidor y que requiere un “corte” (reintroducción de alguna forma de ley) de ese peculiar goce, para que otro deseo (no mortal) vuelva a ser posible.

El grito de Francisco, “el maligno”

Al comienzo de su mandato el Papa Francisco visitó Cagliari (la capital de la isla de Cerdeña) y siguió allí el insólito consejo que le había dado poco antes a los jóvenes durante un encuentro en Río de Janeiro: él mismo se “portó mal”. Y muy mal por cierto.

Dejando de lado el discurso que tenía escrito para pronunciar, contestó con otro grito, al de los trabajadores indignados y desocupados que pedían “Trabajo, trabajo, trabajo”. Se sumó al estribillo y gritó -con el único pulmón que todavía le funciona: “…eso es una plegaria. Trabajo quiere decir dignidad, llevar el pan a casa. Y nosotros tenemos que decirle que no a esta cultura del descarte. Tenemos que decir: ¡queremos un sistema justo, no queremos este sistema económico!”.

Pero, epa padre, que este sistema es el Capitalismo, ¿qué le pasa, se le fue la mano?; ¿fue un momento de arrebato pasajero?; ¿está insinuando que el capitalismo es en sí mismo injusto e indigno?; ¿usted también está sugiriendo que –a través del “ídolo dinero” y de sus “mercaderes de la muerte”, como los llamó- el sistema capitalista promueve ese plus de goce que desemboca inexorablemente en la muerte?; ¿ya no se trata entonces sólo de morigerarlo (de “hacerlo más humano”), sino de intentar cambiarlo?

Me contó un testigo presencial que muchos de los duros obreros sardos que lo escuchaban en Cagliari, tuvieron que enjugar una lágrima. Acaso la misma que se escuchaba en su voz cuando recordó que también su padre inmigrante había venido de Italia a la Argentina; que en la crisis del ’30 lo perdieron todo, porque no había trabajo tampoco en América y que su propia infancia estuvo cruzada por esas tristes historias. Y luego delante de la gente volvió a gritar, pero esta vez con alegría.

Allí tronó: “¡No más quejas, no más tirarse abajo, no más ir a comprar consolación de muerte, sigan a Jesús”! Ese mismo testigo presencial me dijo que a varios capitalistas presentes se les borró la sonrisa de la cara. Los historiadores cuentan que lo mismo le pasó a los romanos con el tal Jesús.

¿Será cierto? A lo mejor es posible todavía intentar conciliar –sin sacrificios humanos irreparables- trabajo, propiedad y ganancia. Será cuestión de seguir teniendo los ojos bien abiertos. Milei llamó a Francisco “el maligno” y luego dijo haberle pedido disculpas en privado: ¿será compatible la motosierra de Milei con la idea de una mínima, aunque más no sea, justicia social? ¿O queda sólo para quiénes sobrevivan al ajuste que parece estar esperándonos? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Acaso en pocos meses se develará esa incógnita.