11 05 casallaEn momentos como este, exactamente a catorce días de un ballotage presidencial, es oportuno recordar cierto inicio de la famosa “grieta” que una gran mayoría del pueblo argentino desea clausurar.

Por Mario Casalla (*)

Y enfrente de este deseo hay otro también claramente perfilado. El de profundizarla más aún con la esperanza de acabar directamente con el adversario, aún a sabiendas de lo que ello significaría para el país. De un lado se llama a la unidad nacional, del otro a la topadora o a “terminar de ponerle la tapa al cajón del kichnerismo”, como desembozadamente dijo el candidato Milei y su nuevo padrino Mauricio Macri.

Al rugiente león se le ha caído la melena y detrás de él el presidente que no pudo ser, porque todas las encuestas le daban mal, está operando ya como poder detrás del trono, destrozando literalmente la coalición que otrora había construido (Juntos por el Cambio) y haciendo entrar en evidente crisis a la que el rugiente león dominaba (La Libertad Avanza). La una literalmente explotó y la otra empieza su implosión.

 

La construcción de un enemigo

Esto no significa que el ballotage esté ya resuelto a favor de quiénes pregonan la unidad nacional, no sólo porque ésta es difícil siempre de lograr, sino porque en estos catorce días restantes la nueva oposición no escatimará esfuerzos para poner todos los palos en la rueda en aras de que su adversario descarrile (desabastecimiento de productos elementales, golpes de mercado, noticias falsas y agoreras, todo en aras de un “cuanto peor mejor” notoriamente peligroso).

No serán fáciles los días que faltan para llegar a poner el voto en la urna y consolidar así la democracia que hemos logrado hace cuarenta años. Prepárese amigo lector, serán días difíciles. Curiosamente el nuevo “cuco” (o “kuka”, como despectivamente se la llama) no es candidata a nada, no participa en la campaña electoral y se limita a ejercer su cargo de vicepresidenta de la Nación, además de enfrentar a nuevas o viejas causas judiciales generadas como un traje a medida y a pedido. Sin embargo esta nueva oposición ha hecho de la “derrota al kirchnerismo” su lema preferido.

Pero ¿de qué habla en realidad cuando habla de kirchnerismo? Habla lisa y llanamente de peronismo. Lo advirtió rápidamente Néstor Kirchner diciendo, “nos llaman kirchneristas para bajarnos el precio” y así es. Derrotar al peronismo en cualquiera de sus variantes es para un sector de nuestra población casi un deporte nacional. Más aún, derrotar a Massa es –por carácter transitivo- acabar con el peronismo. Aún cuando Massa no venga estrictamente del peronismo y se enfrentara hace no mucho contra éste en las urnas. Así las cosas, en el momento en que estas líneas lleguen a sus manos se cumplirán sesenta y ocho años de la institucionalización de una oposición muy parecida a la actual, creada con el mismo designio: liquidar al peronismo porque, como decía uno de sus integrantes, se había acabado “la leche de la clemencia”.

 

La Junta Consultiva de la Revolución Libertadora

Fue el 28 de octubre de 1955, o sea hace ya cincuenta y siete años. Ese día por decreto del gobierno de facto (asumido el 16 de septiembre y autodenominado Revolución Libertadora) se creaba una “Junta Consultiva Nacional”. Era un organismo asesor del entonces presidente (general Eduardo Lonardi) y fue puesta bajo la conducción directa del vice, almirante Isaac Francisco Rojas. Inició su sesiones el 10 de noviembre y duró hasta el 1° de mayo de 1958, cuando Arturo Frondizi asumió la presidencia de la Nación.

Estaba integrada por todos los partidos políticos, menos el peronismo (proscripto) y el comunismo (no invitado). El acto del inicio de sesiones de esa flamante Junta Consultiva fue impresionante. Un salón del Congreso Nacional abarrotado por más de trescientos invitados especiales, el célebre óleo de la Asamblea General Constituyente de 1853 presidiendo la ceremonia y la pequeña pero célebre figura del almirante Isaac Francisco Rojas quien -en uniforme de gala- monitoreaba para que todo saliese con la perfección y limpieza de una cubierta de buque recién baldeada. Es que él era el héroe de las jornadas heroicas de septiembre, el que se había jugado a fondo contra el tirano depuesto; el que como jefe de la flota de mar amenazó con bombardear los depósitos de gas y de petróleo costeros –si hacía falta- para que Perón renunciase; aquél a quien no le tembló la mano para mandar la Aviación Naval a bombardear la Plaza de Mayo y matarlo si fuera posible. En fin, el campeón visible del antiperonismo, ya enfrentado al “tibio” general Lonardi y a un Ejército en el que el peronismo seguía teniendo algunos leales.

En el mes anterior, las presiones sobre el presidente Lonardi había dado resultado y el general Arturo Osorio Arana –otro “duro” de ley- asumía el Ministerio de Ejército en reemplazo de Justo León Bengoa. Así el ala más dura del Ejército empezaba a triunfar sobre los denominados “nacionalistas” y el propio general Lonardi terminaría relevado del poder tres días más tarde para instalar allí a otro duro: el general Pedro E. Aramburu. A éste tampoco le temblaría la mano para fusilar militares y civiles en el alzamiento del 9 de junio de 1956.

Veintisiete fusilados en el patio de la Penitenciaría Nacional y en la Unidad Regional Lanús (entre ellos sus camaradas de armas Valle y Cogorno) y un grupo de civiles en los basurales de José L. Suárez. Es que, como dijimos, se había acabado la “leche de la clemencia” y llegaba la hora de darles su merecido. El país estaba lamentablemente fracturado. Se consideraba que el denominado “espíritu de Mayo” -triunfante otrora sobre Rosas- volvía ahora para imponerse sobre Perón. Por eso la repetición por parte del general Lonardi de la consigna “Ni vencedores ni vencidos” (la misma con la cual Urquiza entró a Buenos Aires después de derrotar a Rosas) les sonó a los duros de 1955 tan mal como en su momento resultó a los oídos de Mitre o Sarmiento.

Y si entonces fue el mismísimo Sarmiento quien alentó a Mitre “a no ahorrar sangre de gauchos, porque es buena para abonar la tierra”, ahora también se consideraba necesario que hubiese vencedores, vencidos y escarmentados. Así el almirante Rojas fue el John Wayne de la época y el vasco Aramburu (quien años después intentaría legitimarse participando de la política) no hizo entonces gala de la perseverancia de sus ancestros.

Luego Menem presidente terminaría el desaguisado abrazando al almirante Rojas.

 

La casta acompaña gustosa

Aquel 28 de octubre del ’55 se convocaron a casi todos los partidos políticos y la ceremonia fue transmitida por la cadena radiofónica. Con la solemnidad del caso fueron entrando al Congreso Nacional –una a una- las delegaciones de los seis partidos políticos que integrarían la flamante Junta Consultiva Nacional. Su nómina era: por la Unión Cívica Radical, Oscar Alende, Juan Gauna, Oscar López Serrot y Miguel Ángel Zavala Ortiz; por el Partido Socialista, Alicia Moreau de Justo, Ramón Muñiz, Nicolás Repetto y Américo Ghioldi; por el Partido Demócrata Nacional José Aguirre Cámara, Rodolfo Coromina Segura, Adolfo Mugica y Reinaldo Pastor; por el Partido Demócrata Cristiano, Rodolfo Martínez y Manuel Ordóñez; por el Partido Demócrata Progresista, Juan José Díaz Arana, Luciano Molinas, Julio Argentino Noble y Horacio Thedy y por la Unión Federal, Enrique Arrioti y Horacio Storni.

Inexplicablemente se dejó afuera al Partido Comunista. Sin embargo, su prédica antiperonista había sido tan frontal como las demás, por lo cual el enojo de don Vittorio Codovilla resultó notorio. Sus razones tenía el hombre: no sólo habían caminado juntos en la coqueta plaza San Martín (durante la Marcha por la Libertad y la Democracia), sino que en 1945 -en acto del Luna Park donde se proclamó la fórmula Tamborini-Mosca, que competiría con la de Perón-Quijano- el retrato de Stalin acompañaba en el palco al de Roosevelt y Churchill. Algunas provincias argentinas constituyeron también Juntas Consultivas en el orden local, es el caso de Salta por ejemplo.

 

Depuestos y repuestos

La exclusión del peronismo era acaso la única justificable, porque contra ellos era la cosa y sin medias tintas. La edición del diario socialista “La Época” del mismo día en que asumió la Junta Consultiva, lo decía bien clarito: “Vamos a hacer la Revolución Libertadora desde el gobierno, con el gobierno, sin el gobierno o contra el gobierno” (Luis Pandra). Y ya se sabe que quería decir entonces hacer la revolución libertadora: derrocar a Lonardi y sus tibios (tres días después); al mes siguiente, intervenir la CGT, derogar la legislación obrera y disolver el Partido Peronista; aprobar la derogación de la Constitución Nacional de 1949 por un decreto del Poder Ejecutivo (27 de abril de 1956); aprobar los fusilamientos de peronistas sin juicio previo, en la asonada del 9 de junio de 1956; intervenir las universidades nacionales y expulsar en masa a los profesores “adictos al régimen depuesto” (esa vez con el entusiasmo juvenil y democrático de la FUA y la FUBA, conducida por los mismos partidos que integraban la Junta Consultiva Nacional) repitiendo el gesto que ya habían tenido en 1930 con la caída de Hipólito Yrigoyen. Se había acabado la leche de la clemencia.

Estructuralmente hablando –es decir dejando de lado los detalles- muy parecido a los que la dupla Macri/Milei quieren hacer, si les fuera posible, claro.

(*) Doctor en Filosofía. Docente, investigador y escritor. Preside la Asociación de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales (ASOFIL).