10 08 casallaSi la Galería de Celebridades Argentinas -ideada por Bartolomé Mitre en 1857- puede ser vista como el primer imaginario político porteño, la primera respuesta nacional intelectualmente contundente será esta obra de Alberdi, Grandes y pequeños hombres del Plata

Escrita en el exilio y publicada póstumamente en París (1912) constituye un texto de imprescindible lectura, no sólo para revisar el pasado argentino sino también para comprender nuestro presente.

Al igual que aquella Galería de Mitre, estos retratos alberdianos son imperdibles para seguir debatiendo los problemas más profundos (y todavía irresueltos) de nuestra voluntad de organización como república democrática, federal y representativa.

En varias de las discusiones del presente resuenan los ecos de aquellos viejos problemas que -como todo lo irresuelto- aflora cada tanto traumáticamente (por casos, la coparticipación federal de impuestos, la explotación de recursos naturales, los choques institucionales varios entre Nación y provincias, etc.). Si separamos lo anecdótico de lo fundamental y nos acotamos a lo sucedido en el país durante los últimos cuarenta años (1983-2023), podríamos decir que el cartero alberdiano tocó al menos tres veces en nuestra puerta y en las tres, o bien nos hicimos los distraídos, o bien volvimos a colocar parches que apenas disimulan las grietas profundas.

La primera fue durante el gobierno Raúl Alfonsín, cuando se insinuó el debate sobre el traslado de la Capital Federal al interior del país (rápidamente ridiculizado y minimizado); otra en 1994 cuando -por acuerdo de coyuntura entre el gobierno de Menem y el radicalismo- se reformó la Constitución Nacional, con fines tan oportunistas como mezquinos (otra reelección presidencial más, a cambio de migajas y pompas de jabón); la tercera en 1995 cuando se discutió un nuevo estatuto jurídico-institucional para la ciudad de Buenos Aires, lo cual culminó con el engendro de un “ente autónomo”, que no satisfizo a nadie y terminó agregando nuevos problemas a los pendientes desde su federalización en 1880.

En fin, que los problemas no se resuelven con “hombres célebres” –nos recordará Alberdi- sino con grandes políticas nacionales, republicanas y populares. Exactamente a la inversa del pensamiento y la acción de Mitre, y del siempre vivo partido porteño.

De la geografia a la politica

Cuando Alberdi discute públicamente con Sarmiento (a raíz del sentido de los términos unitario y federal) le señala: “No se confunda, no son dos partidos, son dos países”. Y esto es clave: no se trataba de geografía, sino de política. El problema no era Buenos Aires como territorio físico, sino la comprensión “porteña” (es decir unitaria) del país que tenían sus gobernantes y su clase dirigente. En este sentido, Sarmiento era tanto o más porteño que Mitre, a pesar de haber nacido y gobernado la provincia de San Juan; así como no se es federal por el simple hecho de haber nacido y vivido en una provincia.

Se trata de mentalidades y no de personajes. Ahí está sino el caso de Urquiza: sucesor indiscutido de la causa federal, se vuelve (por interés y falta de comprensión nacional) tan unitario como los porteños. Así el Supremo Entrerriano -termina con plata, pero sin gloria- tomando mate en su fabuloso palacio San José. Es que se había vuelto –siguiendo las figuras alberdianas- un “pequeño hombre”, al cual retratará implacablemente en pocas líneas: “¿Para qué ha dado Urquiza tres batallas?: Caseros para ganar la presidencia, Cepeda para ganar una fortuna y Pavón para asegurarla”, ¡parábola que por cierto seguiría haciendo escuela en la historia argentina!

No se es entonces grande o pequeño por ser celebridad u hombre del común, ilustrado o ignorante, bárbaro o civilizado, sino por comprender (o no) el gran problema argentino del momento: su unidad nacional, su desarrollo y el bienestar de su pueblo. Es que -detrás de unitarios o federales- había en realidad dos concepciones diferentes de la unidad nacional: o en torno de Buenos Aires y sus intereses, o con Buenos Aires dentro de un país integrado por todos y en razonable igualdad.

De aquí también sus diferencias con Mitre al evaluar la Revolución de Mayo, para Alberdi esta “fue unitaria en este sentido porteño o local: como revolución para todas las provincias, pero hecha por una, en su beneficio y sin la asistencia de todas… De ahí la actitud de las provincias, de doble resistencia y hostilidad contra España y contra Buenos Aires”. Es que no se trataba (ni se trata) de cambiar de yugo, sino de terminar con la explotación. Cosa muy distinta, por cierto.

De la política a la economía

De la misma manera se posiciona Alberdi, frente a la dicotomía sarmientina Civilización o Barbarie, correlato cultural de la dupla (política) unitario o federal. Para el tucumano esa dicotomía no tiene nada que ver con la cuestión geográfica del campo o la ciudad (como pretendía el sanjuanino) ni tampoco con la mayor o menor ilustración o academia de los gobernantes, sino con el proyecto de país que anime a estos.

Y aquí aparece el costado económico del abogado redactor de las Bases: se trata, o bien de construir una Argentina capitalista y moderna, capaz de acoplarse al desarrollo mundial en curso (que por entonces Europa lideraba), sacando de ello el mayor provecho para el bienestar de su población; o bien de continuar –como lo había hecho el partido porteño- con una Argentina pastoril y colonial, centrada en el puerto de Buenos Aires y sus intereses, poniendo al resto del país a su servicio.

En este caso, lejos de haberse hecho en mayo una auténtica revolución, simplemente habríamos cambiado un coloniaje externo por uno interno: “Las formas externas se han modificado, los hechos reales han empeorado… Buenos Aires quiere más: un solo pueblo, el suyo, servido por el tesoro y por el gaje del tesoro de todos los pueblos… ha hecho admitir esa unidad a las provincia disfrazándola de federación… La federación argentina es una especie de alcancía en que todas las provincias guardan sus rentas, pero cuya llave está en manos de Buenos Aires y cuyo tesoro sólo sirve al que tiene la llave”.

Alberdi era por entonces lo que hoy llamaríamos –económicamente hablando- un “desarrollista” modernizador y por eso mismo, lo que pone del otro lado es el feudalismo atrasado y neocolonial, que para él simbolizan los que llamará “caudillos de frac”, cuyos prototipos no son otros que Rivadavia, Sarmiento y Mitre. Invirtiendo aquéllas posiciones dirá entonces: “Las campañas rurales representan lo que Sudamérica tiene de más serio para Europa… Si sospechara Sarmiento que toda la naturaleza del poder político reside en el poder de las finanzas, no perdería su tiempo y sus frases en las tontas y ridículas teorías de civilización y barbarie”.

Pero claro, para Sarmiento “el mal que aqueja a la república Argentina es su extensión”, y para Mitre el partido de las luces y los principios no era otro que el de una Buenos Aires (cerrada y chiquita, porteña en suma) acosada por el “desierto”, en la conocida metáfora sarmientina.

No es casual que un siglo después –cuando Arturo Jauretche escriba su Manual de Zonceras Argentinas- coloque a esas dos frases de Sarmiento como las primeras de una larga (y nefastas) lista de “zonceras”: la Zoncera N° 1 será “Civilización o Barbarie” (y la llamará la “zoncera madre”); mientras que la Zoncera N° 2 fue, “El mal que aqueja a la Argentina es su extensión”. La primera hará mella profunda en nuestra identidad nacional ya que –invirtiendo la visión clásica- entenderá lo propio como “barbarie” y lo ajeno como “civilización”, justificando así la “guerra de policía” contra nuestra propia población.

Cuando le recomienda a Mitre “No ahorre sangre de gauchos…”, inaugura un nefasto consejo escuchado más de una vez en nuestra posterior historia argentina (la última en 1976 y la inmediatamente anterior en 1955). ¡Sangre que posibilitó en muchos casos la entrega del país al extranjero puesto que –además de bárbaro- era demasiado extenso!

Claro que Jauretche escribe un siglo después de Mitre y Alberdi y, en consecuencia, puede advertirnos tanto sobre el terror sarmientino, como sobre ciertas ilusiones del propio Alberdi que a la postre requerirían otros métodos y apoyaturas para concretarse.

Sin embargo, a no dudar que este Grandes y pequeños hombres del Plata es un mojón fundamental en ese largo camino (nacional, popular y latinoamericanista) que llega hasta nosotros como legado. Así como también su advertencia de que la Historia (con mayúscula) es el primer campo de batalla de todo pensamiento que pretenda acompañar y aportar a dicho proceso. La pelea de Alberdi contra aquél imaginario porteño, es un hito fundamental en ese camino. Ahora la obra está en sus manos, amigo lector. Y usted bien sabe que, si razona el caballo se acabó la equitación.