Escribimos sus nombres desde muy chiquitos, con la lengua en la punta entre los dientes. La señorita en la escuela primaria los dictada despacito y a cada uno de ellos les seguía una sentencia -breve y reverencial- que se adosaba con pretensión de eternidad: “el Padre de la Patria”; “el más grande hombre civil”; “el orador de la Constitución”, el “padre del Aula”, etc.
Por Mario Casalla
Con el paso de los años vendría alguna que otra desilusión (o no), pero lo cierto es que la Nación ya había construido su primer Panteón Nacional y lo colocó en el mejor lugar posible: nuestra memoria infantil.
Por supuesto que –al igual que todas las ilusiones de ese tipo- fueron irremediablemente atacadas por las posteriores desilusiones, ¡pero cuánto duraron y qué eficaces fueron en su momento!
Eso que alguna vez se llamó “el granero del mundo”, aquello que la composición “tema la vaca” expresó como ninguna otra, tuvo también un comienzo escritural: me refiero a la “Galería de Celebridades Argentinas: biografías de los personajes más notables del Río de la Plata”.
Imaginada por Bartolomé Mitre en 1843 (durante su exilio uruguayo) se editó posteriormente en Buenos Aires (en 1857 y a todo lujo) por la imprenta de Ledoux y Vignal. Fue tan importante que la Galería –publicada como se advertirá cuatro años después del derrocamiento de la “primera Tiranía” (Rosas)- se reeditaría solemnemente en 1957, es decir al cumplirse su centenario y dos años después del derrocamiento de la “segunda tiranía” (Perón). Esta vez su éxito fue mucho menor (acaso porque ya los chicos estaban creciditos) pero lo cierto es que la labor pionera de don Bartolo es innegable. Fue realmente la primera historia oficial de la Argentina moderna, con todas las implicancias del caso.
Un índice bien razonado
Por cierto que la labor no fue sólo de Mitre, sino de un puñado de hombres también “célebres”. Mitre escribió allí la biografía de Manuel Belgrano (anticipo de su “Historia de Belgrano”, que publicará al año siguiente). Juan María Gutiérrez escribirá la biografía de Rivadavia; Tomás Guido la del almirante Guillermo Brown; Domingo F. Sarmiento la biografía de San Martín; Luis Domínguez la de Florencio Varela; Manuel Rafael García la de su padre Manuel García y a Pedro Lacasa se encargará de la biografía del general Lavalle.
Por supuesto que hay muchas otras más, por eso yo me permito sugerirle amigo lector que consulte esa singular “Galería” en alguna biblioteca de su localidad y estoy seguro que no saldrá defraudado. El prólogo fue escrito también por Juan María Gutiérrez, repatriado ese mismo año de 1857 y quien más tarde será rector de la UBA. Allí Gutiérrez fija con meridiana claridad el objetivo principal de la galería y dice –refiriéndose a los biografiados- que “es necesario colocarlos en dignos pedestales, a fin de que la juventud les venere”.
Para ello deben limpiarse “las manchas de lodo con que los salpicó el carro revolucionario” y construir un panteón moralizante (cívico y militar) que pueda servir de referencia a las nuevas generaciones cultas. Se trataba –nada más ni nada menos- que de gestar un nuevo mito de los orígenes (esta vez post batalla de Caseros) el cual presentará de otra manera los viejos ideales de Mayo y reescribirá la Historia como proceso de elites liderados por Celebridades (notorias y excepcionales) que modelaron la Nación, casi desde la nada, expresando al mismo tiempo a un Pueblo rescatado del Vulgo.
Por eso Mitre –en el Prólogo de la “Galería de Celebridades”- coloca a Mariano Moreno como la primera de todas y lo bautiza, “el Miguel Ángel de la Revolución de Mayo”, el cual “como magnífico trozo de mármol, le dio forma y vida, y presentó a los ojos atónitos del pueblo una estatua en la que todos vieron concretadas sus aspiraciones de independencia y libertad”.
Tras Moreno vino “una minoría ilustrada” que cultivó sus semillas “luchando siempre contra el torrente de la barbarie”. Y a continuación, “cuando todos creían esas semillas extirpadas bajo las patas de los caballos de los Atilas de la Pampa, han aparecido hombres como Rivadavia que las han vivificado bajo el soplo fecundante de la civilización”. Por supuesto, al final de la galería está Mitre mismo, gobernando a una Buenos Aires separada de la Confederación Argentina (1853/1860) para preservar así al verdadero pueblo (el porteño) de la nueva vulgaridad federal (Urquiza).
Requisitos para ser hombre celebre
Por supuesto que para ingresar a ese panteón, no basta con haber protagonizado los sucesos de la Revolución de Mayo sino que era necesario contar con tres requisitos esenciales: primero (¡y en todo el sentido del término!) servir o haber servido a la “causa porteña”, es decir formar parte de lo que Mitre llamaba el “Partido de la Libertad” que nacía con Moreno y culminaba en él, en tanto primer servidor de los intereses de Buenos Aires contra el nuevo “atropello federal” (la Constitución Nacional de 1853, que sólo firmará en 1860 y después de imponer las modificaciones porteñas).
Así que para ser porteño no basta con haber nacido en Buenos Aires, sino que es necesario serlo ”de buena ley” (por ejemplo, el sanjuanino Sarmiento sí lo era y sin ninguna duda). En consecuencia: provincianos: abstenerse de pretender entrar a esta galería (por las dudas, la expresión “Río de la Plata” figuraba en el subtítulo de la obra).
Segunda condición básica para ser una celebridad: no haber sido rosista confeso, o bien haber hecho apostasía pública de tal debilidad, es decir: no ser federal, de ninguna manera. A los pocos que ingresaron (a pesar de haber tenido alguna relación en el largo período que Rosas gobernó el país) esos antecedentes le fueron convenientemente ocultados o disimulados (el mismísimo general San Martín por caso, que donó su sable a Rosas por defender la soberanía nacional en la Vuelta de Obligado, cosa que su biógrafo Mitre obviará olímpicamente).
Tercera condición básica: ser hombre culto e ilustrado, lo cual ha de interpretarse literalmente como: no haber sido caudillo, “hombre del vulgo”. Por eso el propio Mitre realizará las tres primeras exclusiones expresas de esa galería: allí no entraron Saavedra, ni Dorrego, ni el general Güemes (y éste a pesar de haber sido reconocido como héroe de la Independencia, pero, un “héroe gaucho” era poco para celebridad). Los tres fueron caudillos (y caudillos populares) razón por la cual –advertirá Mitre- “aunque no merezcan las bendiciones de la posteridad, se presentarán a sus ojos con el resplandor siniestro de aquélla soberbia figura de Milton que pretendía arrastrar en su caída todas las estrellas del firmamento (…) son los representantes de las tendencias dominadoras de la barbarie”.
Sarmiento con la publicación de su “Civilización y Barbarie, vida de Juan Facundo Quiroga” (1845), había ya escrito el mejor modelo de una No-Celebridad. La “Galería” ya tenía cara y cruz. Largo fue superar esa fijación infantil y por lo que veo, no hemos logrado superarla del todo. Acaso Jean Paul Sartre tenía parcialmente razón cuando decía –al final de su autobiografía “Las Palabras”- “…podemos deshacernos de una neurosis, pero no curarnos de nosotros mismos”.
Me parece que lo que sí puede hacerse es cambiar, aventura difícil que puede intentarse hasta el minuto final. Con una sola condición, claro: renunciar de antemano a Galerías de ese tipo y con ese precio. Recién aparece, aquí en Salta y en todo el país, una bocanada de aire fresco. Y hay que saber aprovecharla.