09 24 casallaFue un el 28 de octubre de 1955. Ese día, por decreto del gobierno de facto (asumido el 16 de septiembre y autodenominado Revolución Libertadora), se creaba una “Junta Consultiva Nacional”.

Por Mario Casalla (*)

Pronto se cumplirán 68 años. Era un organismo asesor del entonces presidente (general Eduardo Lonardi) y fue puesta bajo la conducción directa del vice, almirante Isaac Francisco Rojas.

Inició su sesiones el 10 de noviembre y duró hasta el 1° de mayo de 1958, cuando Arturo Frondizi asumió la presidencia de la Nación. Estaba integrada por todos los partidos políticos, menos el peronismo (proscripto) y el comunismo (no invitado).

 

Los duros se quedan con el poder

El acto del inicio de sesiones de esa flamante Junta Consultiva fue impresionante. Un salón del Congreso Nacional abarrotado por más de trescientos invitados especiales, el célebre óleo de la Asamblea General Constituyente de 1853 presidiendo la ceremonia y la pequeña pero célebre figura del almirante Isaac Francisco Rojas quien -en uniforme de gala- monitoreaba para que todo saliese con la perfección y limpieza de una cubierta de buque recién baldeada.

Es que él era el “héroe” de las jornadas heroicas de septiembre, el que se había jugado a fondo contra el tirano depuesto; el que como jefe de la flota de mar amenazó con bombardear los depósitos de gas y de petróleo costeros –si hacía falta- para que Perón renunciase; aquél a quien no le tembló la mano para mandar la Aviación Naval a bombardear la Plaza de Mayo y matarlo si fuera posible. En fin, el campeón visible del antiperonismo, ya enfrentado al “tibio” general Lonardi y a un Ejército en el que el peronismo seguía teniendo algunos leales.

En el mes anterior, las presiones sobre el presidente Lonardi había dado resultado y el general Arturo Osorio Arana –otro “duro” de ley- asumía el Ministerio de Ejército en reemplazo de Justo León Bengoa. Así el ala más dura del Ejército empezaba a triunfar sobre los denominados “nacionalistas” y el propio general Lonardi terminaría relevado del poder tres días más tarde para instalar allí a otro duro: el general Pedro E. Aramburu.

A éste tampoco le temblaría la mano para fusilar militares y civiles en el alzamiento del 9 de junio de 1956. Veintisiete fusilados en el patio de la Penitenciaria Nacional y en la Unidad Regional Lanús (entre ellos sus camaradas de armas Valle y Cogorno) y un grupo de civiles de izquierda en los basurales de José L. Suárez. Es que se había acabado la “leche de la clemencia” y llegaba la hora de darles su merecido.

El país estaba lamentablemente fracturado. Se consideraba que el denominado “espíritu de Mayo” -triunfante otrora sobre Rosas- volvía ahora para imponerse sobre Perón. Por eso la repetición por parte del general Lonardi de la consigna “Ni vencedores ni vencidos” (la misma con la cual Urquiza entró a Buenos Aires) les sonó a los duros del 55 tan mal, como en su momento resultó en los oídos de Mitre o Sarmiento.

Y si entonces fue el mismísimo Sarmiento quien alentó a Mitre “a no ahorrar sangre de gauchos, porque es buena para abonar la tierra”, ahora también se consideraba necesario que hubiese vencedores, vencidos y escarmentados. Así el almirante Rojas fue el John Wayne de la época y el vasco Aramburu (quien años después intentaría legitimarse participando de la política) no hizo entonces gala de la perseverancia de sus ancestros. Luego Menem presidente terminaría el desaguisado abrazando al almirante Rojas.

Los políticos acompañan

Aquel 28 de octubre del ’55 se convocaron a casi todos los partidos políticos y la ceremonia fue transmitida por la cadena radiofónica. Con la solemnidad del caso fueron entrando al Congreso Nacional –una a una- las delegaciones de los seis partidos políticos que integrarían la flamante Junta Consultiva Nacional.

Su nómina era: por la Unión Cívica Radical, Oscar Alende, Juan Gauna, Oscar López Serrot y Miguel Ángel Zavala Ortiz; por el Partido Socialista, Alicia Moreau de Justo, Ramón Muñiz, Nicolás Repetto y Américo Ghioldi; por el Partido Demócrata Nacional José Aguirre Cámara, Rodolfo Coromina Segura, Adolfo Mugica y Reinaldo Pastor; por el Partido Demócrata Cristiano, Rodolfo Martínez y Manuel Ordóñez; por el Partido Demócrata Progresista, Juan José Díaz Arana, Luciano Molinas, Julio Argentino Noble y Horacio Thedy y por la Unión Federal, Enrique Arrioti y Horacio Storni.

Inexplicablemente se dejó afuera al Partido Comunista, aunque su prédica antiperonista había sido tan frontal como las demás, por lo cual el enojo de don Vittorio Codovilla resultó notorio. Su razón tenía el hombre: no sólo habían caminado juntos en la coqueta plaza San Martín (durante la Marcha por la Libertad y la Democracia), sino que en 1945 -en acto del Luna Park donde se proclamó la fórmula Tamborini-Mosca, que competiría con la de Perón-Quijano- el retrato de Stalin acompañaba en el palco al de Roosevelt y Churchill.

La junta consultiva salteña

Algunas provincias argentinas constituyeron también Juntas Consultivas en el orden local. En Salta había asumido como Interventor de la Revolución Libertadora el Cnel. Julio R. Lobo, el cual formó un gabinete integrado por el Dr. Darío Arias como ministro de Economía; el Dr José Barrantes en Salud y el Tte. Cnel. Celedonio Samamé en el ministerio de Gobierno. Como secretario general de la Gobernación se designó al Dr. Francisco Holver Martínez Borelli y como intendente de la ciudad capital a Carlos Saravia Cornejo. Al poco tiempo aquél Interventor nombró su propia Junta Consultiva Provincial, así integrada: en representación del radicalismo, Miguel Ramos, José M. Saravia, Danilo Bonari y Bernardino Biella; por el Partido Demócrata, Martín Orozco, Ernesto Teodoro Becker, Raúl Fiore Moulés y Ricardo Figueroa Linares; y por la Democracia Cristiana, Agustín Pérez Alsina y Ramón Jorge.

 

Depuestos y repuestos

La exclusión del peronismo era acaso la única justificable, porque contra ellos era la cosa y sin medias tintas. La edición del diario socialista “La Época” del mismo día en que asumió la Junta Consultiva, lo decía bien clarito: “Vamos a hacer la Revolución Libertadora desde el gobierno, con el gobierno, sin el gobierno o contra el gobierno” (Luis Pendra). Y ya se sabe que quería decir entonces “hacer la revolución libertadora”: derrocar a Lonardi y sus tibios (tres días después); al mes siguiente, intervenir la CGT, derogar la legislación obrera y disolver el Partido Peronista; aprobar la derogación de la Constitución Nacional de 1949 por un decreto del Poder Ejecutivo (27 de abril de 1956); aprobar los fusilamientos de peronistas sin juicio previo, en la asonada del 9 de junio de 1956; intervenir las universidades nacionales y expulsar en masa a los profesores “adictos al régimen depuesto” (esa vez con el entusiasmo juvenil y democrático de la FUA y la FUBA, conducida por los mismos partidos que integraban la Junta Consultiva Nacional) repitiendo el gesto que ya habían tenido en 1930 con la caída de Hipólito Yrigoyen.

Se había acabado la leche de la clemencia. Sin embargo, el pueblo llano no se amilanaría fácilmente: en las elecciones de convencionales constituyentes para reformar otra vez la Constitución Nacional (28 de julio de 1957), el voto en blanco superó a todos los partidos políticos.

Cuando se terminaron de contar, aparecieron 2.115.861 razones para seguir inquietos. Porque como años más tarde escribiera don Leopoldo Marechal: “a veces las deposiciones no pasan del significado médico-fisiológico que tiene esa palabra”.

 

(*) Doctor en Filosofía. Docente, investigador y escritor. Preside la Asociación de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales (ASOFIL).