09 17 casalla

Los pocos presentes cuentan que –en ese delirio lúcido que da el final- sus últimas palabras fueron: “Yo no debo morir en la cama sino montado a caballo, tráiganlo que voy a montarlo”.

Por Mario Casalla (*)

Corrían los últimos días de un mes de septiembre (pero del año 1850) y quien así moría era don José Gervasio de Artigas, el “Protector de los Pueblos Libres”, como fuera bautizado en ambas bandas del Río de la Plata. ¡Prócer incómodo, si los hay, tanto para argentinos, como para uruguayos!

Meses antes de la muerte había redactado su testamento, en cuya primera línea se lee: “Yo, don José Gervasio de Artigas, argentino de la Banda Oriental…” Pero cómo, ¿entonces no fue Artigas el héroe fundador de la República Oriental del Uruguay, así como Güemes no lo fue de la provincia que actualmente denominamos Salta? Parece que no, que la realidad fue un poco más compleja y más trágica de lo que usualmente se enseña o se dice.

Un algodón entre dos cristales

Por cierto que Artigas no fue el creador del Uruguay. Lo que el general Artigas de veras organizó y así denominó fue la “Provincia Oriental”, para la cual solicitó -de pleno derecho- ser una más de las Provincias Unidas del Río de la Plata (en 1813). De manera que no miente don José en su testamento: quién se exiló en el Paraguay en 1819, era de verdad un argentino oriental. Traicionado por su mejor lugarteniente (Pancho Ramírez, coaligado ahora con tropas porteñas), Artigas tiene poco que ver con la “independencia” –en sentido estricto- de la actual República Oriental del Uruguay.

Por cierto que esto no va en desmedro de esa República, ni hace mella en un ápice al cariño que hoy sentimos por nuestros vecinos del Plata, pero la realidad histórica fue otra. La independencia del Uruguay ocurrirá años después y será el resultado de la “Convención Preliminar de Paz”, firmada entre el Imperio del Brasil y las Provincias Unidas del Río de la Plata en 1828, poniendo fin a la guerra de la Triple Alianza (¡un horror que aquí conviene no agregar!). La firma ocurrió en Río de Janeiro y bajo la “gentil” mediación de Gran Bretaña.

Tal como ésta había previsto, nacía allí ese “algodón entre dos cristales”: una suerte de pequeño “estado-tapón” adecuado para la función, pero suficientemente débil como para poder influir sobre él (cosa que la Rubia Albión, sabía entonces hacer muy bien).

Mientras tanto y desde su exilio paraguayo, Artigas se anoticiaba como una vez más Buenos Aires lo entregaba a su principal enemigo (Portugal-Brasil) y cómo sus viejos luchadores orientales (fogueados en años de lucha contra el Imperio) eran ahora desplazados por flamantes oligarquías parroquiales, conformes y hasta orgullosas de sus “patrias chicas”.

Seis años duró aquella experiencia de los “Pueblos Libres”, que aglutinó a las provincias de Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Santa Fe, Córdoba y la Banda Oriental (1815-1819). Y las reunía no sólo la acción militar y guerrera de un caudillo, sino también una concepción diferente de la organización nacional, que Artigas predicó pioneramente entre nosotros: el Federalismo, tal como éste se ensayaba en los flamantes Estados Unidos de Norteamérica y como él leyó en las páginas de dos libros que –en un lugar especial- integraban su biblioteca personal: “La independencia de la Tierra Firme justificada” de Thomas Paine (publicada en Filadelfia, en 1811 y traducida de inmediato al español) y la “Historia concisa de los Estados Unidos”, de John Mc Culloch.

En los documentos artiguistas están muy claras aquellas huellas de un pensamiento que, también aquí, empezaba a denominarse federal. Algo que el “partido porteño” (léase Alvear y el Directorio Supremo, y no todo Buenos Aires) no podían permitir que se expanda, so pena de perder sus viejos privilegios coloniales. Artigas era para ellos esa “peste” que crecía en todo el litoral y avanzaba hacia el centro. De allí que pusieran precio a su cabeza.

La disgregación del gran norte

Regresaba yo hace días a Buenos Aires desde Paraná y aquí me esperaba un trabajo breve del historiador salteño Martín Miguel Güemes, titulado “Un decreto nefasto: la creación de la “provincia” de Salta (8 de Octubre de 1814)”. Como nadie puede negar el amor y respeto que tiene Martín por nuestra provincia, me interesó leerlo. Y claro, me encontré de nuevo con otro episodio de esas tristes tendencias disgregadoras (centrípetas) que tanto retardaron nuestra consolidación como nación.

Esta vez ocurría en el Norte argentino, un año antes que en el Litoral de Artigas y la víctima era el general Güemes, junto con sus ideales de una Patria Grande y de un Norte fuerte y unido, garantía imprescindible para la efectiva declaración de independencia. Y así como Buenos Aires rechazó a los diputados de la Banda Oriental y no los dejó participar en la Asamblea del Año XIII (pretextando razones formales y casi ridículas) y luego le puso precio a la cabeza de Artigas (“seis mil pesos a quien entregue al infame, privado de sus empleos, fuera de la ley y enemigo de la patria”, Decreto del Directorio porteño, del 11 de febrero de 1814), lo mismo ocurriría ocho meses después en la vasta y estratégica región del Norte Grande. Recuerda bien el historiador salteño que: ” … la Intendencia de Salta del Tucumán (abarcativa de Tarija, Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca), fue dividida en 1814 mediante un decreto emitido el 8 de octubre, por el Director Supremo Gervasio Posadas, conformando la “provincia” de Salta (Tarija, Orán, Jujuy, Salta y Santa María), y la “provincia” de Tucumán (Santiago del Estero, Tucumán y el valle de Catamarca), cuyas capitales se asentaban en Salta y Tucumán.

Sucesiva desmembración sufrió Salta, pérdida de Tarija (1825), autonomía de Jujuy (1834), y separación de Santa María (Catamarca), de esta manera se conformó la actual jurisdicción de la provincia de Salta. Lo mismo ocurrió en Tucumán, con las separaciones de Santiago del Estero y Catamarca. En cada provincia (consecuencia de la disgregación regional, y nacional) se renueva el fenómeno separatista en relación a sus vecinas y a su propio interior”.

Y también correctamente nos señala, que ese nefasto decreto porteño de 1814 cortaba de un solo tajo el sueño de “las Provincias Unidas de Suramérica, el proyecto inconcluso con el cual soñaron nuestros libertadores: San Martín, Belgrano y Güemes, el pedestal en que se asienta nuestra voluntad de Patria Grande”. Agréguese a esa lista el nombre del “argentino oriental” don José Gervasio de Artigas y el calificativo de “nefasto” que el historiador salteño utiliza, dejará de parecernos demasiado vehemente o exagerado. Güemes, aislado cada vez más por los intereses locales e impedido de recibir los refuerzos enviados desde otras provincias para avanzar sobre el Alto Perú, morirá pocos años después víctima de un complot nunca explicado del todo (1821).

Estoy seguro que no a todos los salteños les habrá gustado esa pregunta (filosa y difícil) que desliza Martin Miguel Güemes al final de su artículo: “¿Pueden los norteños festejar la división del hogar heredado (el próximo 8 de octubre)?” Y se responde: “Mal pueden los salteños, festejar separatismos, que presagiaban la muerte de Güemes, y la frustración del Plan Sanmartiniano. Jujeños, salteños, tucumanos, santiagueños, catamarqueños, riojanos, ¿pueden festejar divisiones, que nos debilitaron ante el poder portuario? Sé que son preguntas “incómodas” y que molestan todavía un poco.

Si para consuelo sirve, sólo puedo decirles que –en esas jornadas en Paraná- a los entrerrianos tampoco les gustó mucho el recuerdo de que su principal héroe provincial (Francisco “Pancho” Ramírez) fuera el lugarteniente que traicionó a Artigas y lo venció en la batalla de Las Guachas (aliado con tropas de Buenos Aires); así como algún que otro santafecino se removió en su asiento, cuando se recordó que su máximo héroe local (el mariscal Estanislao López) tampoco le hizo asco a un arreglo con los porteños (por sobre los intereses de los Pueblos Libres).

Agréguense a esta lista de incómodos, algunos uruguayos allí presentes y para nada conformes con eso de recordar la persistencia de Artigas en ser –hasta su último día- un “argentino oriental” y será suficiente. Las traiciones y las violencias de ese pasado solo tienen un remedio: volver a poner en marcha los sueños que así se postergaron. Es mucho mejor que ese otro método -nada seguro- de “barrer el polvo debajo de la alfombra”. Siempre termina por notarse.

 

(*) Doctor en Filosofía. Docente, investigador y escritor. Preside la Asociación de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales (ASOFIL).