Por cierto, no había entonces democracia en la Argentina, acaso por eso mismo la recuerdo en este año en que se cumplen 40 años de su recuperación. La crónica periodística de la época empezaba con un ardid informativo muy propio de entonces: “En una conocida confitería de Tres Cerritos…” y seguramente no sólo para evitar publicidad gratis al local del recordado “Boliyón”.
Por Mario Casalla
Tampoco se individualizaba al grueso de los comensales presentes, apenas si se los graficaba como “un público fluido e interesante, compuesto por ciudadanos - en su mayoría jóvenes profesionales de nuestro medio- de distintas extracciones políticas y sociales”. La cena tuvo lugar el jueves 27 de septiembre de 1979 y el diario El Intransigente (en su edición del sábado 29) daba cuenta de lo sucedido, bajo el título “Puebla y la realidad nacional”.
Por entonces ni en Salta, ni el país corrían esos “días de vino y de rosas” que tanto le gustaban a Hemingway, muy por el contrario, se trataba de tiempos de cólera. Tiempos en los cuáles aún relatar a medias (como hacía el cronista), o ir a una cena política y pública como la de Tres Cerritos, no era ni fácil ni gratis. Algunos no vivieron para contarlo, otro no se sabe todavía dónde están y otros que acaso todavía vivan, podrán recordar aquellas tenidas de la Peña Güemes como un pequeño gesto de coraje cívico, sobre todo porque entonces primaba el silencio y las urnas estaban guardadas (“bien guardadas”) . Por supuesto que hubo (y habrá siempre) gestas mayores o más heroicas que la de aquellos simples ciudadanos, pero fue también así, a puñaditos, como se fue gestando el reinicio en 1983 de la democracia argentina. Vale entonces el recuerdo.
Un joven presentador
Sólo dos nombres propios da el cronista de marras: el del expositor, como era lógico (Monseñor Raúl Casado, entonces obispo auxiliar de Salta) y el de su presentador, el joven abogado Gustavo Barbarán. Este -luego de agradecer la presencia del orador y sintetizar brevemente sus cualidades morales e intelectuales- dio lectura al Acta Fundacional de la Peña Güemes, ante un público estimado en “algo más de cuarenta comensales”. El documento comenzaba señalando que se trataba de una convocatoria fundada “en la necesidad de encontrar un cauce que posibilite el aporte constructivo de ideas a la común empresa de realizar el destino de grandeza nacional” y afirmaba “la necesidad y oportunidad de construir ese ámbito que permita la convergencia del pensamiento de sectores sociales y políticos que, sin abdicar de sus particularidades, lleve ínsita la convicción que por encima de los desencuentros nos pertenece por igual la suerte de la patria, en quien está contenida también la de cada uno de nosotros”. De inmediato Barbarán reiteró que los presentes no investían representación sectorial o partidaria y que -a pesar de provenir de distintas corrientes políticas e ideológicas- estaban allí a título simplemente personal.
Evidentemente deseaba que aquellos que habían ido sólo a tomar nota y después informar (¡sin ser precisamente periodistas!) pudieran cumplir también con su misión; inquietos, como seguro estarían de ver allí (y todos juntos) a peronistas, radicales, desarrollistas, demócratas cristianos, comunistas, socialistas, sindicalistas, profesionales e intelectuales del medio salteño. Algo que hacía años no sucedía. El Acta de la Peña Güemes terminaba señalando que ese grupo de ciudadanos, estaba “firmemente persuadido de que la situación argentina carece de soluciones si se la encara con actitudes sectoriales; que el bienestar del Pueblo se halla por encima de concepciones políticas o ideológicas excluyentes; que este momento crucial para nuestra patria requiere de todos, junto al impulso efectivo de profundizar coincidencias sobre los principios rectores de nuestra nacionalidad, una actitud abierta para expresar –con franqueza y lealtad- nuestros ideales, motivados siempre por un sentimiento de militancia al servicio de la Nación y de nuestra provincia”.
Estas palabras –escritas en Salta, en 1979- parecen todavía hoy, amigo lector, casi un programa para el presente, no? Por supuesto, que leídas en el contexto en que fueron dichas y si seguimos creyendo en la política como un arte de transformación profunda de todos y cada uno; y no como simple administración de presupuestos y recursos humanos o naturales. De esto precisamente habló monseñor Casado, combinando teología con política, así como Barbarán lo hiciera con el concepto de ciudadanía. A buenos entendedores, pocas y precisas palabras.
Un expositor sugerente
Tampoco a monseñor Casado debió resultarle fácil aceptar el convite de Tres Cerritos. A pesar de los recaudos y de las aclaraciones, la cena de la Peña Güemes (esa y las que le siguieron) eran eminentemente políticas. Y la política seguía prohibida, las urnas guardadas y las garantías ciudadanas archivadas junto con la Constitución Nacional, cuando no impúdicamente violadas, en Salta y en todo el país.
Sin embargo, aquella noche el miedo no triunfó. Monseñor Casado tomó como punto de partida el recién publicado “Documento de Puebla” (producto de la Tercera Conferencia Episcopal Latinoamericana, continuadora del espíritu liberador de Medellín) y con esa base teológica iluminó a su manera lo político. Por su parte el entonces flamante papa polaco, Juan Pablo II, comenzaba a hacer lo mismo a escala planetaria; así la Iglesia, retomando su singular cristología, buscaba dialogar más intensamente con todos los hombres y los pueblos, no sólo con sus creyentes. Y multitudes empezaban a seguirlo en los lugares que visitaba.
Por eso mismo monseñor Casado recordó ante sus anfitriones salteños “el gran carisma personal del nuevo Papa” y apoyado en él habló de la necesidad de una “civilización del amor” que el Documento de Puebla exhortaba a construir. Acaso en aquélla noche salteña del ’79 la cosa parecía lejana, pero sin embargo la atención de los presentes no decaía.
Pronto ésta se vio recompensada cuando monseñor Casado advirtió que ahora le tocaba a él –en aquella sencilla mesa de Tres Cerritos- dar testimonio de fe y esperanza. Y lo hizo, según nuestro prudente y ocasional cronista de El Intransigente lo consigna.
Así, después de criticar lo que denominó como “cuatro visiones inadecuadas del hombre” (el determinismo, el psicologismo, el consumismo y el cientificismo), señaló que “El hombre es tomado por la Iglesia como un ser orientado hacia lo trascendente”, pero que esa vocación trascendente “se realiza en la convivencia fraterna con sus hermanos en aras del bien común”. O sea, que la política pertenecía a la naturaleza más pura del hombre y que su cercenamiento era una falta lisa y llana. Por eso las palabras finales fueron seguidas por el aplauso de toda la flamante Peña Güemes.
Dijo como cierre monseñor Casado que “el imperativo de la hora es la promoción de la dignidad humana y dar testimonio de Cristo, evangelizar” , señalando que “ambas cuestiones van firmemente unidas, ya que no se puede acceder a Cristo si no respetamos y promovemos la libertad y la justicia entre los hombres”. Al parecer el diálogo posterior entre los asistentes y el disertante, fue tan sabroso como el asado y tan prometedor como el vino que lo acompañó (aunque prudentemente administrado, según cuentan).
Nuestro ocasional cronista, también trasunta esperanza en las líneas finales de su nota: “La Peña Güemes anunció que continuará con una cena mensual en que invitará a disertar a importantes figuras del orden nacional y provincial, de diferentes extracciones e ideologías políticas y sociales comprometidas siempre en una militante defensa de los nacional”. Y cumplió: el que sería el próximo presidente democrático (Raúl Alfonsín, 1983) fue antes visitante de aquélla Peña Martín Miguel de Güemes, en Tres Cerritos.
Evidentemente se trató de una buena iniciativa. Yo participé personalmente de aquél encuentro en Tres Cerritos en 1974 y vayan estas líneas como homenaje a todos aquellos comensales que -en aquella noche fresca y lluviosa del septiembre salteño, según creo recordar- se atrevieron a comprometerse con la democracia.