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Hasta el año 1983 no tuvimos ningún documento de técnica económica que justificara la actitud de Perón ante el FMI. Siempre se lo atribuyó a causas políticas y geopolíticas y por supuesto que éstas fueron decisivas en aquél mundo sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial.

Por Mario Casalla

Perón sabía mucho de eso y se había preparado para navegar en esas aguas turbulentas con la creación del “Consejo Nacional de Post Guerra” (1944), desde la vicepresidencia de la Nación que ejerció ya en el gobierno de Farrell.

Sin embargo hubo también sólidas razones económicas para no hacerlo, las cuáles fueron descubiertas por el economista e historiador Mario Rapoport cuando -investigando en papeles y carpetas de la Embajada Argentina en Washington- descubrió un informe reservado (numerado como XXI) que llevaba la firma de un flamante egresado de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA: Antonio Cafiero. Debajo del texto puede leerse su cargo (“Asesor Financiero”) y la fecha de elaboración y envío a Buenos Aires (25 de julio de 1949).

El receptor fue Perón y es evidente la influencia que tuvo ese informe (de pocas páginas, divididas en 10 parágrafos), para que Perón fuera tajante en cuanto a no firmar el ingreso del país al FMI: “antes me cortó las manos”.

El Informe había permanecido inédito y hoy dispone usted, amigo lector, de una copia en el libro “La Independencia Económica”, compilado en el año 2017 por sus nietos Santiago Cafiero (actual canciller de la República Argentina) e Ignacio Lohlé.

Yo tuve el gusto de acompañar a la familia en el acto de presentación de ese texto, donde un panel encabezado por el entonces decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA e integrado por sus autores, incluyen ese trabajo de Mario Rapoport, quien además asesoraba a don Antonio en sus largos como legislador y militante político. Poco antes la UBA lo había designado “Doctor Honoris Causa”, ocasión en que pronunció un profundo y vibrante discurso de aceptación, cerrando así un círculo casi perfecto que iba desde aquél joven asesor de nuestra embajada en Washington en 1946, al actual Doctor Honoris Causa de la UBA.

 

Argentina en la posguerra

Cuando Antonio Cafiero escribió el Informe XXI tenía apenas 28 años y era muy poco conocido en la vida política argentina. Había militado en la UBA, alcanzado el cargo de Presidente del Centro de Estudiantes de su Facultad y era sí un referente de la (escasa) juventud universitaria que en 1944 apoyó al gobierno militar surgido el 4 de junio. Sin embargo, entonces no le gustó para nada la firma del “Tratado de Chapultepec”, subscripto por el presidente Farrell ese mismo año (cuyo Vice era el joven Cnel. Juan Perón).

Escuché de su boca como –junto a un grupo de airados jóvenes que lo seguían- fueron a visitar al senador Diego Luis Molinari y le expresaron sin tapujos su disconformidad con la firma de ese tratado, al cual veían como una suerte de demérito nacional. Es que había sido claramente impuesto por las naciones triunfantes al resto del mundo. Tanto es así que Argentina fue inicialmente excluida de la Conferencia Interamericana (preliminar a la firma) realizada en México en febrero de 1945. Castigo por no haber declarado formalmente la guerra al Eje, sino mantenido su neutralidad durante el conflicto (tal cual lo había hecho el presidente Yrigoyen durante la Primera Guerra Mundial).

EEUU había retirado su embajador en nuestro país y el presidente Farrell –abiertamente presionado por el secretario de Estado norteamericano Cordell Hull- lo hará por decreto, veinte días después de terminada la Conferencia. Entonces “de regalito” nos envían un nuevo embajador. Se llamaba Spruille Braden y haría época. Si Cafiero pudo superar ese choque fue por una entrevista personal que el grupo de jóvenes tramitó con Evita, de la cual salieron convencidos que –con el coronel Perón- las cosas serían diferentes.

La primera prueba fue su designación como asesor financiero en Washington en 1948. Estaría allí hasta 1952, cuando es convocado expresamente por Perón para que asuma como Secretario de Comercio Exterior y pusiera en marcha un nuevo plan de estabilización económica y crecimiento del país, al que se dedica con toda pasión y conocimiento pormenorizado de ese mundo económico de la posguerra. Tenía apenas 31 años y contaba él mismo como lo bautizó Perón (reservadamente) el día de su asunción: “Mi secretario lactante”. Pero no era un niño precisamente, sino un hombre hecho y derecho, ya con sólida formación teórica y práctica para el cargo que asumía. El ministro de ese gabinete era Gómez Morales (mucho más conservador que él en materia económica) y se lo convocaba para ocupar un cargo clave en cualquier gabinete peronista: la secretaría de Comercio Interior encargándole un programa específico, lo que entonces se llamó “la lucha contra el agio y la especulación” y que hoy ocupa Roberto Feletti (no sin problemas como en su momento los tuvo el joven Antonio Cafiero con Gómez Morales).

 

De estricta actualidad

En los cuatro primeros parágrafos de su informe, el joven Cafiero le describe al presidente de la Nación –con todo rigor y claridad conceptual- por qué el flamante FMI (y su ladero, el BIRF) son instituciones económicas hechas como “traje a medida” para las potencias vencedoras (y muy especialmente para los EEUU); cómo fueron diseñadas según el reparto de poder convenido en los Acuerdos de Yalta; los derechos y deberes que nos implicaría entrar en ellas, así como las limitaciones y ataduras que eso supondría para nuestro incipiente desarrollo económico.

Nada se exagera, ni se minimiza. Está claro que el joven asesor había hecho los deberes como corresponde: leído todos los documentos varias veces, consultado fuentes allegadas y diversas y todo ello en función del encargo recibido desde Buenos Aires.

La actualidad del informe es increíble y hoy podría usted leerlo, amigo lector, con el mismo provecho que seguramente tuvo para Perón en 1949. Muy poco han cambiado estructuralmente las cosas. En los párrafos 5 a 9 describe con toda precisión la “letra chica” de esos organismos y sus poderes internos.

Finalmente en el último párrafo el joven asesor hace una síntesis y una recomendación (en realidad una apuesta concreta y muy jugada): más que ingresar al FMI “convendría a la Argentina ser promotora de una nueva organización monetaria y financiera internacional que respetase en su gobierno y composición la soberanía de las pequeñas naciones, (…) conminando a las potencias detentadoras de la riqueza y el oro mundial a ponerse a tono con las exigencias del mundo moderno si es que sus enunciados deseos de paz y prosperidad mundial son sinceros (…) dado que la realidad económico-social del mundo exige que se respete primero un nivel mínimo de vida y decencia en sus poblaciones y clases trabajadoras –doctrina del Justicialismo- y recién sobre él se edifique el sistema de relaciones económicas que más convenga para todos en general”.

Estas palabras deben haber venido como anillo al dedo al proyecto inmediato del mismo presidente Perón que –poco antes- había declarado en Tucumán la “Independencia Económica” del país (1947), para que la política (de 1816) vuelva a ser una realidad tangible y no un viento de palabras. Cualquier parecido con la realidad de este 2023, es correcto y para preocuparse, por cierto.