En Salta es muy frecuente escuchar decir que, después de la Novena y la Procesión del Milagro, el año se pasa volando y las fiestas están al caer.
Por Antonio Marocco
El calendario popular salteño funciona así. El año arranca con las lluvias y los calores. Los otoños, más tardíos, suelen ser de mañanas frescas y mediodías cálidos. Luego llega el invierno, que cada vez pareciera ser más corto: salvo por agosto que —con sus vientos— siempre se hace un poco largo. Y esta semana, oficialmente, empezó la primavera.
Comenzó la estación del reverdecer y el florecer, del buen tiempo y las primeras y ansiadas precipitaciones. El tiempo de los estudiantes que celebraron su día y los novios que quizás ahora, como nunca, apuestan al amor más perenne.
Podrán cortar las flores pero jamás podrán detener la primavera: esta frase, en sus diferentes acepciones, se popularizó durante la revolución en la China de Mao, pero rápidamente fue enarbolada por los movimientos reformistas del mayo francés, por la contracultura hippie en los Estados Unidos y, por supuesto, también se convirtió en una proclama siempre presente en la comprometida juventud argentina. O la que usó el peronismo, la nomeolvides.
No se puede detener la primavera ni tampoco, por más que algunos se empeñen, sustraer a las nuevas generaciones sus convicciones y sus propósitos. Los jóvenes tienen tanto el derecho como la potencia de pensar y luchar por el mundo que sienten que merecen. Como decía el manifiesto de la Reforma Universitaria de 1918, la juventud vive siempre en trance de heroísmo.
Pienso estas líneas luego de un infortunio que por mis funciones correspondía hacer de público conocimiento:
Volvíamos a Salta luego de una agenda cargada de gestiones en Buenos Aires. Transitábamos la autopista que conecta Buenos Aires y Rafaela cuando un motociclista, aparentemente, no advirtió que disminuíamos la velocidad para tomar una salida y nos embistió.
El muchacho, que prudente llevaba los elementos de protección adecuados, sufrió algunas lesiones leves y afortunadamente —si cabe la palabra— ya recibió el alta. Nos quedamos allí hasta que la Policía y los médicos nos dieron la tranquilidad que solo quien ha sufrido un accidente sabe que precisa para seguir.
Volvimos a Salta. Pasó el susto. Los fierros se arreglan y a Bernardo —así se llama el motociclista— se repone de sus dolencias.
De todas formas, a veces los infortunios disparan reflexiones que trascienden a la mala anécdota. La familia preocupada, los amigos, los compañeros… Los retos y los pedidos de andar menos en la ruta, de cuidarse más. La primavera será la oportunidad.
Surcar las rutas en la política y en la función es constitutivo de la actividad que he abrazado toda mi vida. Porque entiendo que se trata del cara a cara, porque muchos problemas se gestionan con la insistencia del contacto directo, porque la única manera de achicar las distancias entre la gente es moviéndose y estando cerca del otro.
Porque entiendo que una provincia y un país federal se construyen recorriéndolos con el cuerpo. Porque una cosa es viralizar un video en las redes sociales y otra cosa es pisar el territorio, donde las necesidades apremian y hay que materializar las soluciones.
Mientras regresábamos a Salta fue imposible que con mi amigo y compañero César “el Oveja” Álvarez no pensáramos en las historias de toda una vida militando juntos. De tantos golpes recibidos, de tantos momentos de incertidumbre. Pero, sobre todas las cosas, de cómo hemos asumido las adversidades y las enfrentamos desde las convicciones más profundas.
En la vida uno aprende a lidiar con el paso de los años y los achaques del cuerpo, a cuidarse más y evitar riesgos. Pero lo que no hay que hacer es dejarse aquietar por el miedo. Nada más reaccionario que el miedo. La falsa seguridad de no hacer nada por las dudas, de pensar que con lo hecho es suficiente.
La juventud es un estado del alma, un estado en movimiento que trasciende las formas y el tiempo. Bienvenida primavera para seguir moviéndonos.
Columna emitida por FM Aries el 21 de septiembre de 2023.