columna maroccoAlguna vez he recordado en esta misma columna las cicatrices y los aprendizajes que dejó impresa aquella jornada en Tucumán. Fue cuando uno de los más lúcidos periodistas e historiadores de Salta, Luis el “Suri” Borelli, me envió la copia de una nota publicada hace 50 años en El Tribuno en la que se me nombraba.

Por Antonio Marocco

Se trataba de los acontecimientos que luego pasaron a la historia conocidos como el Tucumanazo.

La noticia relataba una fuerte protesta estudiantil en Tucumán durante mis años de estudiante. Y dramática fue la preocupación de mis padres cuando se enteraron por el diario que yo había sido detenido por la Policía.

Ese día, junto a miles de estudiantes, con asambleas y marchas en toda la capital tucumana, exigíamos el boleto estudiantil gratuito, la libertad de cátedra, la ampliación del comedor universitario, más becas para los compañeros de pocos recursos y la modernización de la educación a tono con un mundo que estaba cambiando (aunque el mundo siempre está cambiando).

Cada tema tiene su tiempo. Aquellas eran las necesidades de la comunidad educativa de entonces, enmarcada en una lucha mucho más amplia por un país con más libertad e igualdad de oportunidades: una lucha que trascendió a todas las generaciones del Siglo 20 y que hoy, anhelo, siga interpelando a nuestros hijos y nietos.

Una lucha que en la Argentina no siempre se dio en el marco de la democracia o del estado de derecho. Una lucha que en cada dictadura costó muchas, muchísimas vidas; retrocesos culturales, sociales y económicos terribles: costó mucha violencia.

Volviendo a la nota del “Suri” Borelli, aquella vez, para alivio de mis viejos y de mis compañeros, a los pocos días me soltaron. No sin algunas marcas que luego desaparecieron y otras que quedarán para siempre en mi memoria.

La historia viene a colación porque en los últimos días todos los salteños hemos observado con preocupación lo que está pasando con el reclamo salarial planteado por grupos de trabajadores autoconvocados de la administración pública. Y la triste consecuencia de que miles de niños y adolescentes llevan muchos días sin clases.

Desde luego, quienes honramos nuestras responsabilidades públicas no solo nos preocupamos por la situación, como hacen ciertos opinólogos desde la confortable tribuna opositora, fundamentalmente nos ocupamos y ponemos a funcionar todas las herramientas del Estado para encontrar una solución que satisfaga a la los sectores involucrados y garantice la vuelta a las aulas de inmediato.

Para graficar un diagnóstico sincero sobre lo que está ocurriendo, hay dos cuestiones que se deben primero admitir para luego poder reconciliar.

Por un lado, partimos de que la crisis económica que atraviesa el país ha traído muchas dificultades a los hogares trabajadores que deben lidiar con niveles de inflación inéditos en los últimos 20 años.

De la misma manera, es justo también reconocer que el Gobierno de Salta ha cumplido siempre con la premisa de que los salarios vayan siempre aumentando por encima de la inflación para garantizar el poder adquisitivo de los trabajadores.

Ahora bien, partiendo de esas dos premisas, los canales institucionales de negociación entre gremios y ejecutivo han estado siempre abiertos: fruto de ello es el acuerdo que hace poco suscribió la intergremial poniendo nuevamente a Salta entre las provincias con mejor salario docente.

De la misma manera, siempre hemos estado abiertos al diálogo para que los trabajadores autoconvocados, desde la discrepancia con los gremios, también puedan plantear sus miradas y sus propuestas.

Yo mismo los he recibido en en una oportunidad a sus delegados y me han entregado un petitorio que luego los ministros responsables evaluaron y tuvieron en cuenta a la hora de diseñar y ejecutar los programas de Gobierno.

Remarco esta cuestión porque la experiencia de los años me ha enseñado a valorar profundamente la democracia y el diálogo, métodos que nos fueron cercenados durante mucho tiempo.

Mis convicciones me han enseñado a insistir con los caminos institucionales, a trabajar por las conquistas sociales desde la paz social y los consensos mayoritarios.

Nada bueno prospera en un clima de incitación a la violencia y la irracionalidad. Ni mucho menos vulnerando los derechos de los demás, incluso poniendo en riesgo el respaldo y legitimidad popular. Es cuanto menos una desinteligencia que los métodos y las formas de comunicar desdibujen la cuestión de fondo.

La historia ha demostrado que la exacerbación de la insatisfacción democrática y los discursos de odio siempre terminan beneficiando a los autoritarismos populistas. Desde la oposición irracional alientan el descontento social y cuando llegan al poder defienden otros intereses que terminan perjudicando verdaderamente a la clase media y trabajadora. Ya pasó en la Argentina, ya prometieron revolución productiva y terminaron pulverizando el empleo. Ya prometieron salariazo y terminaron destruyendo los ingresos.

Si a esta altura de la vida sigo abrazando la fe en la política es porque siento que no fue en vano, que -aunque con muchas cosas pendientes- nuestra sociedad ha avanzado. Me siguen acompañando las convicciones y los sueños de libertad e igualdad que nos movilizaban cuando éramos jóvenes. Y la herramienta más importante en ese camino es el desarrollo de la educación.

Así como hace 50 años se luchaba por el boleto estudiantil, la libertad de cátedra o las becas universitarias, hoy se impone trabajar en nuevas conquistas, que no solo saneen la discusión salarial, sino que permitan avanzar hacia una revolución educativa de fondo, que desde las aulas genere oportunidades reales para las nuevas generaciones.

A ello estamos abocados: con diálogo, con honestidad intelectual, con democracia.