02 12 guemes

Se cumplió un nuevo aniversario del nacimiento del General Martín Miguel de Güemes. Siguiendo al maestro Jorge Luis Borges en su ponderación a la tradición sajona, pienso que -cada vez más- deberíamos honrar a nuestros próceres destacando los días de la vida por encima de los días de la muerte.

Por Antonio Marocco

No es una cuestión menor. Durante más de un siglo la historia oficial usó la muerte de Güemes para soslayar su epopeya, para invisibilizarla, para restarle importancia.

Durante cuántas décadas las conversaciones en torno al general de la independencia nacional se rebajaron a establecer circunstancias y conjeturas en torno a sus últimos actos mundanos, su agonía en la trinchera y el luto final de sus gauchos.

Cuánto más importante y valioso hubiese sido entender a Güemes en la dimensión que se merecía hace tiempo. El lugar de un líder no solo militar, sino fundamentalmente político. Un conductor popular, entregado a la lucha no solo por la independencia burocrática de la Patria, sino a la emancipación social, económica y material de su pueblo.

Güemes no solo quería una nación libre, justa y desarrollada, quería, sobre todo, construir una sociedad de mujeres y hombres libres, justos y desarrollados. Quizás eso es lo que no le perdonaron: ni la aristocracia patricia salteña, ni el centralismo iluminado porteño.

La historia de Güemes es un poco la historia de la Argentina profunda. Una historia que quisieron limitar a la vida semirural, al poncho y al folklore.

Pero la historia es mucho más que eso. Y por ventura para las presentes y futuras generaciones, el peso objetivo de la historia cada tanto emerge, se hace conciencia en los pueblos y transmuta en nuevos vientos que agitan viejas banderas.

Ya lo dije alguna vez en este mismo espacio, disparando algunas reacciones de las que no me puedo hacer cargo. No siempre debajo del poncho habita un gaucho, ni mucho menos un güemesiano. Por eso insisto que a Güemes no hay que recordarlo. Pues más justo y meritorio sería intentar emularlo, tomar sus mejores valores y actualizarlos para enfrentar los desafíos que nos imponen los tiempos.

Pensar en una Salta que sea más justa y más vivible para los salteños. Que no importe la geografía en la que se nazca: que en cada rincón de esta provincia se materialicen para todos las oportunidades del trabajo, de la educación, de la salud y de la vivienda.

Pensar en Güemes es plantarse contra los privilegios. Luchar para que no se discrimine al norte con tarifazos impagables, mientras en la Recoleta porteña pagan la electricidad al precio de un menú ejecutivo. Y para eso, hay que enfrentar no solo a los de afuera, sino también a muchos de sus cómplices que se dicen salteños.

En las últimas semanas, luego de tres años de pasmosa parsimonia frente a los graves problemas que enfrentamos los salteños, la oposición decidió salir del letargo y empezar a disparar, desde el rejunte y con liviandad, contra toda acción de gobierno.

Hoy se rasgan las vestiduras hablando de los problemas de Salta, del interior profundo, de las asimetrías, pero nada dicen de que los recursos que le faltan a Salta son los que acapara cada vez más la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, superando el PBI de Bruselas, la capital de la Unión Europea.

Se suben a los pedestales pidiendo autocrítica a la gestión provincial o nacional y nada dicen sobre la Justicia que apalanca de manera obscena la gestión del alcalde porteño, y que -con un presupuesto de niveles europeos- duplicó el gasto de propaganda para sostener su campaña nacional.

En ese lobby porteño impulsado por el poder económico, garantizado por el poder judicial y ejecutado por su brazo político hasta los márgenes de la General Paz, se van los acueductos, las tarifas, las rutas y la infraestructura que tanto necesita nuestra provincia.

Parafraseando a José Ortega y Gasset, salteños, juntos, a las cosas.