Suele ser un error frecuente en ciertos espacios del campo nacional y popular soslayar el problema de la corrupción y su impacto en la opinión pública.
Por Antonio Marocco (*)
Es lo que estamos viendo en estos días: una agenda informativa, política y gubernamental dominada casi de manera exclusiva por el debate en torno a las causas judiciales que avanzan sobre dirigentes tanto del oficialismo como de la oposición.
Y aunque es importante advertir que muchas de estas causas se desarrollan a partir de denuncias editorializadas, investigaciones selectivas y procesos teatralizados, constituye un error estratégico minimizar o relativizar los intereses de una ciudadanía que encuentra en la corrupción una explicación lineal a las sucesivas crisis nacionales.
En cierta medida, la inferencia no es equivocada. Por un lado, en el plano del debate cultural, la sociedad percibe que el desempleo, la inflación o la pobreza constituyen una consecuencia directa de la administración fraudulenta en las instituciones del Estado.
Del mismo modo, en el campo de la política, la corrupción esmerila la credibilidad del sistema democrático frente a los poderes fácticos, e impide de esta manera el acuerdo y el desarrollo de políticas de Estado sociales y redistributivas en el mediano y largo plazo.
El problema de la corrupción hoy se considera un fenómeno sistémico que atraviesa por igual al arco político, de izquierda a derecha. Aunque claro, no impacta de igual manera en sus proyectos electorales y de gobierno: Lo que pasó con Lula y no con Bolsonaro, lo que pasó con Evo y no con Añez, lo que pasó con el peronismo y no con el macrismo.
El ex vicepresidente de Bolivia, el sociólogo Álvaro García Linera, explicaba que la izquierda se ve mucho más afectada ante el fenómeno de la corrupción, “porque se espera que la izquierda sea un referente moral para la sociedad, no solo político-ideológico”.
En un ensayo publicado por la Revista Crisis en 2017, mucho antes de ocupar el Sillón de Rivadavia, el presidente Alberto Fernández advertía la cuestión en términos similares: “El efecto dañoso de la corrupción se potencia cuando el hecho corrupto emana de quien dice ser progresista, porque entonces se percibe el maltrato que hace de los recursos del Estado quien dice querer preservar a los sectores más desposeídos. Tamaña hipocresía solo puede enojar a una sociedad”.
Los espacios políticos conservadores y de derecha, hoy representados por la oposición más dura en la Argentina, son conscientes de esta realidad y hábiles para manipularla.
Apalancado por los medios de comunicación y el establishment económico, el neoliberalismo explota el discurso de la anticorrupción sin reparos ni vergüenza.
En este proceso, la derecha es servida además por sectores de la Justicia que ya explícitamente manifiestan sus inclinaciones políticas en contra de todo proyecto popular.
Este análisis quizás carezca de novedad para muchos. Y no estaría diciendo nada nuevo al afirmar que los sectores más conservadores de la sociedad argentina se hicieron de sus fortunas al calor de la corrupción, de la patria contratista, las privatizaciones y hasta del derramamiento de sangre en cada dictadura.
Lo hicieron con Yrigoyen y Elpidio González. Incluso desde mucho antes, desde que empezó la Patria, con el exilio de San Martín. Lo hicieron con el bombardeo a Plaza de Mayo y el exilio de Perón. Lo hicieron con los golpes y los desaparecidos. Los argentinos perdían y ellos ganaban.
La derecha y los conservadores siempre construyen consignas y se valen de la posverdad para estigmatizar y mancillar a los proyectos populares, no toleran a los que persiguen la igualdad de oportunidades en detrimento de los privilegios.
En Salta lo hicieron con Joaquín Castellanos, con Ricardo Joaquín Duránd, con Olivio Ríos, con Bernardino Biella, Carlos Xamena o Roberto Romero.
No es tampoco una novedad decir que aquello que ayer conseguían con los golpes de Estado hoy lo defienden por medios democráticos, aunque de la manera más reprochable: a partir de la manipulación, la desmoralización y la fragmentación de la sociedad.
Lo que constituiría una novedad necesaria, en todo caso, sería la decisión de enfrentar esta situación con nuevas estrategias y perspectivas.
La sociedad hace tiempo dejó de tolerar aquella célebremente triste frase que ponderaba el “roban, pero hacen”. De la misma manera, la sociedad tampoco admite la justificación lastimosa que proponen algunos, en torno al “robamos, pero ellos robaron más”.
¿Qué pretenden con esa confesión, un indulto general, borrón y cuenta nueva?
La Argentina del siglo 21 exige que se haga sin robar, y que no roben ni unos ni otros.
Ante esta realidad, si de verdad el campo nacional y popular tiene un proyecto de país con más desarrollo nacional e inclusión social frente a los proyectos neoliberales, es hora de ponerlo sobre la mesa.
Es hora de tomar la iniciativa, de activar todos los resortes institucionales para no solo exterminar las posibilidades de corrupción, sino también para que esta determinación sea fundante, percibida y valorada por la inmensa mayoría argentina. No hay mucho más margen.
(*) Columna emitida por FM Aries el 1 de septiembre de 2022.