Esta semana estuve en el barrio Villa Cristina. Invitado por un gran amigo de toda la vida, el profe Cáseres, ayer volví a encontrarme con un pedazo de la historia, el presente y el futuro de Salta.
Por Antonio Marocco (*)
Resulta que Villa Cristina es una de las cunas quizás más importantes de artistas, bohemia y tradición que tiene la capital de nuestra provincia. Y como el profe Cáseres es muy inquieto y memorioso, ayer descubrimos una placa homenajeando a muchas de esas personalidades que hicieron a Salta un poco más linda, más profunda y culta, para propios, y para ajenos.
Fue un encuentro realmente emotivo, no solo por la nostalgia y el recuerdo.
Fue emotivo porque fue un encuentro de amigos, de vecinos, de compañeros de vida. Un encuentro de personas que habitan el mismo barrio, que comparten sus días, sus anhelos, sus alegrías, sus sinsabores.
En épocas de flashes virtuales, qué valiosos son los territorios: el barrio, el trabajo, la cuadra, la escuela. Qué valioso esos lugares en los que todavía seguimos caminando codo a codo: donde nos vemos las caras sin caretas y sabemos que empujamos todos para el mismo lado.
En Villa Cristina hablamos de Eduardo Falú, de Manuel J. Castilla, de César Fermín Perdiguero. Pero también hablamos de la Chela, de los bodegones, del centro vecinal, de las comparsas. En Villa Cristina fueron protagonistas también las madres que sostienen la biblioteca y los docentes de la escuela.
Recordé que incluso esa escuela y también colegio, el Juan Calchaquí, fue una conquista de ese barrio y de esa sociedad mucho menos agrietada, mucho menos dividida, mucho más empática.
No importaba si los vecinos del barrio eran peronistas o radicales, liberales o conservadores: todos coincidían en la necesidad de una escuela pública que sea de excelencia y para todos iguales.
Cómo pasaron los años. Cómo viven los recuerdos. Cuánto más es lo aprendido.
Las bagualas seguían sonando en Villa Cristina, se descubría una placa, se proponía un abrazo, se reencontraban viejos conocidos. La entrañable Isamara Petrocelli danzaba un vals.
El profe Cáseres los nombraba a uno por uno y todos recibían su aplauso.
Abraham Colina, Yuyo Montes, Hugo Jiménez, Benjamín Toro y hasta nuestro querido Ricky Maravilla. Los Humacata, los Vallejos, los Balderrama. Tantos.
Antes de irme, ya anocheciendo, conversé con algunos amigos a los que no veía hace tiempo. Me dijeron algo interesante. Con los celulares y las redes sociales, la política suele generar un vacío incomprensible y desatiende lo que realmente importa: el encuentro con los hombres y mujeres de a pie, con sus esfuerzos honestos, sus anhelos reales y sus realidades concretas.
(*) Columna emitida por FM Aries el 21 de abril de 2022.