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Hace 40 años una dictadura atroz que venía a pacificar la Argentina nos llevó a la guerra. Imprudente, negadora de los valores de la democracia y la diplomacia, aquella tiranía en retirada jugó su última carta para recuperar algún ápice de adhesión popular.

Por Antonio Marocco (*)

Desde la mediocridad estratégica y desde la soberbia totalitaria involucraron a todo un país en un conflicto bélico sin precedentes en la historia nacional moderna, en condiciones sumamente desfavorables y sin ningún sentido de la oportunidad.

Afortunadamente, con la llegada de la democracia, la gesta de Malvinas dejó de pertenecerle a los dictadores. La sociedad aprendió a diferenciar que los verdaderos héroes de aquella causa no fueron aquellos tiranos, sino los miles de argentinos que se involucraron con el cuerpo en la guerra y los otros millones que lo hicieron con el sudor y el alma desde el continente.

Aquellos a los que les arrebataron la vida.

Aquellas madres que nunca más vieron a sus hijos.

Aquellos hijos que volvieron y nunca fueron los mismos.

Aquellos padres que aún lloran cuando duermen.

Aquellos amigos que aún están en las islas.

Aquellos hermanos que no pueden llenar los espacios de la mesa familiar.

Aquellos que no pudieron más, sufrieron lo que se puede y finalmente se fueron.

Malvinas es la guerra que perdimos no solo contra Inglaterra, sino contra la OTAN. Esa misma OTAN que repudia algunas invasiones, pero que financia y apoya otras. La doble vara, le dicen.

Malvinas es aquello que nos pertenece, aunque se nos niegue. Malvinas es la síntesis de aquello que no pudimos ayer por las armas ni podemos aún por la diplomacia. Pero es sin dudas aquello a lo que jamás renunciamos.

Malvinas es, frente a la grieta, un símbolo posible de la unidad que abraza el pueblo argentino y que lo puede encolumnar detrás de una de las causas más nobles.

Esa unidad de soldados que no llegaban a los 20 años, de voluntarios que no sabían de violencia ni de armas, de mujeres que tejían abrigos y juntaban alimentos, de trabajadores que donaban sus sueldos, de canciones de protestas y festivales a beneficio, la unidad de los credos en una sola oración contra la impotencia y el dolor.

Hoy elegimos recordar la vida y a los verdaderos héroes, aprender de ellos a crecer, a superar y a construir a pesar del dolor.

No como aquel expresidente que hace poco le pedía perdón al rey español por habernos independizado, o aquella ministra que sin pudor sugería subastar las islas.

En fin, como dice la Marcha a Las Malvinas, al pueblo argentino no podrán hablarle hoy de olvido, de renuncia o de perdón.

 

(*) Columna emitida por FM Aries el 31 de marzo de 2022.