No puedo afirmar lo del conocido dicho, acerca de que Dios viva o atienda en Capital Federal, pero lo que sí te puedo decir es que paga el subte mucho más barato. Estos últimos días estuve en Buenos Aires por algunas reuniones de trabajo. Y sí, para responder a la foto que se viralizó, utilicé el subte como cualquier ciudadano, como cualquier salteño que viaja a Buenos Aires por trabajo.

Por Antonio Marocco (*)

La pregunta no es qué hacía el Gringo Marocco tomándose un subte. La pregunta es por qué en Salta pagamos mucho más caro el boleto de colectivo.

Y la respuesta es porque en el centro del país reciben mucho más dinero en subsidios que nosotros, que pagamos también el combustible más caro.

Necesitamos de manera urgente empezar a revertir las asimetrías históricas que ponen trabas al desarrollo de nuestras provincias. Con las tarifas energéticas sucede algo similar y es una lucha que también estamos dando.

Para un trabajador porteño promedio que usa el transporte público al menos 40 veces en el mes, 20 viajes de ida y 20 de vuelta, el precio del subte es de $21 pesos y del colectivo $18. Para el trabajador salteño medio, el pasaje en Saeta le vale $41. Saquemos conclusiones.

Cuando hablamos de asimetrías hablamos de eso. Hablamos de desigualdades estructurales, de condiciones y puntos de partida extremadamente desfavorables.

El Norte Grande está integrado por 10 provincias, constituye el 30% de la superficie nacional, el 25% de la población argentina y el tercio de las áreas agrícolas cultivables.

Sin embargo, el norte argentino registra año tras año las peores cifras en materia de desarrollo humano, desempleo y necesidades básicas insatisfechas.

Desde luego que no se trata de un debate nuevo. El ejercicio real del federalismo no es solo una deuda de la democracia moderna, sino de la propia historia argentina.

Hace dos siglos Manuel Belgrano ya hablaba con Martín Miguel de Güemes, vía correspondencia, sobre la necesidad de darle más utilidad al Río Bermejo y hacerlo navegable en el marco de un vanguardista plan de desarrollo nacional.

Sabían estos hombres de combates y batallas, pero más sabían de política: sabían que limitar el desarrollo nacional al puerto y sus áreas de influencia directa no era más que repetir la concepción colonial extractivista.

Estas son las cosas que estamos discutiendo cuando hablamos de federalismo junto al gobernador Gustavo Sáenz, en el Consejo Regional del Norte Grande, en el Parlanoa y en cada institución federal en la que nos toca participar.

Junto los gobernadores de las 10 provincias norteñas se desarrolla un minucioso programa de trabajo en conjunto con el Gobierno Nacional.

Desde que se constituyó el organismo federal logramos mejorar los aportes nacionales al transporte público del NOA y NEA, reducir las cargas patronales para estimular la producción regional y estamos próximos a conseguir una igualdad tarifaria para que no sigamos pagando boletas de gas o de luz más caras que en la Recoleta porteña.

No me caben dudas que se tratan de medidas paliativas: pero por algún lado se empieza.

Los que vivimos el retorno a la democracia recordaremos cuando el presidente Raúl Alfonsín planteó la idea de mudar la Capital Federal al interior del país, precisamente a Viedma.

Por supuesto todos sabemos que el líder radical no logró los consensos necesarios para tamaño desplante ante la elite porteña dominante, cuyos intereses empiezan en el extranjero y terminan en la avenida General Paz.

Terminado su gobierno, un periodista le preguntó de qué se arrepentía. Alfonsín respondió que tendría que haberse ido, aunque sea con una carpa, a Viedma y declararla Capital Federal. “Fue un error grosero no haberlo hecho”, se lamentaba.

Mudar la Capital al interior, a priori, solo se trata de un símbolo. Estamos de acuerdo. Pero ayuda a comprender y reconocer que las verdaderas dificultades que impiden el desarrollo nacional no son casuales, y tampoco distinguen entre partidos políticos oficialistas y opositores.

Pasaron décadas desde Alfonsín hasta que un jefe de Estado volvió a sugerir este debate. Fue el propio Alberto Fernández.

"Todos los días pienso si la ciudad capital no tendría que estar en otro lugar distinto que no fuera Buenos Aires” -expresó el presidente-, y preguntó algo que compartimos plenamente: “¿No será hora de pensar que la Secretaría de Minería tendría que estar en alguna provincia minera o que la Secretaría de Pesca tendría que estar en algún puerto pesquero de la Patagonia?".

Bastó que el presidente esbozara la idea de mudar la Capital para que las usinas del poder concentrado lo critiquen con vehemencia. Son, sin dudas, las mismas que le pusieron palos en la rueda a la incipiente democracia de Alfonsín.

Los tiempos han cambiado y las urgencias históricas también. No sirve lamentar el pasado sino superarlo.

Así como en los años 80 la mayoría de los argentinos pudimos ponerle fin a la cultura autoritaria para consolidar la democracia, el desafío hoy es ponerle fin a la cultura centralista que naturaliza e invisibiliza la pobreza estructural de la Argentina profunda.

Impulsado por el Gobierno, y pese a una incomprensible resistencia interna menor, el acuerdo mayoritario alcanzado entre las distintas fuerzas políticas para hacerle frente a los compromisos internacionales permite entusiasmarnos.

¿Por qué no proyectar que quizás también se pueda emular esa coincidencia para hacerle frente a la inmensa deuda interna que tenemos con al menos la mitad de los argentinos?

Creo, en base a la experiencia histórica, que para sostener y profundizar un proyecto político en el tiempo hace falta organización, convicción y audacia.

Si la verdadera convicción es desarrollar una Argentina federal para todos, la verdadera audacia entonces -frente a lo que expresan los extremos- es atreverse cerrar la grieta con más diálogo, apertura y consenso.

Desde Salta, junto a todo el Norte Grande, seguiremos proponiendo y transitando ese camino.

 

* Columna emitida por FM Aries el 17 de marzo de 2022.