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Por Aldo Duzdevich (*)
Don César Marcos es uno de los personajes olvidados del peronismo. En los años 40 era un militante del nacionalismo revisionista. Solía decir “yo era peronista antes que Perón”. Fue una especie de mentor intelectual de John William Cooke, con quien integró el primer Comando Nacional de la Resistencia junto a Raul Lagomarsino. Cultivó siempre un perfil muy bajo, pero fue una suerte de gurú, un viejo maestro del peronismo.

Ya en los 60/70, por su casa pasaron a escucharlo desde el padre Carlos Mugica al cineasta Pino Solanas. Era un gran lector, un autodidacta erudito de la historia universal, pero solía decir: “No hay como la experiencia que se vive en la lucha para comprender la historia, la propia experiencia vale más que una biblioteca.”

En el único reportaje que aceptó hacer en 1973 en la revista “Peronismo y Liberación”, contó:

“En 1955 fue la caída. Entonces el cielo entero se nos vino encima. El mundo que conocíamos, el mundo cotidiano, cambió por completo. La gente, los hechos, el trabajo, las calles, los diarios, el aire, el sol, la vida se dio vuelta. De repente entramos en un mundo de pesadilla en que el peronismo no existía. Todo era anormal. Cómo fue anormal, desmesurada, alucinada, la odisea de la resistencia. Éramos pigmeos luchando contra gigantes. Y una vez más la hormiga debió luchar contra el elefante y una vez más venció”.

“La libertadora se había encaprichado en desterrar el mal gusto impuesto por los peronistas y sustituirlo por la cultura de las señoras gordas. Pero venció la tiza y el carbón una vez más. Y esta obra fue realizada por el pueblo anónimo que, como Martín Fierro siempre está en todas las listas menos en la del pago”.

“Por ese entonces nosotros recorríamos la zona del Gran Buenos Aires, donde los peronistas comenzaban a estar como pez en el agua. Allí siempre había y hay una cocina amiga, dónde tomar unos mates y un sitio seguro donde poder aguantar sé si es necesario. ¡Las cocinas que hemos conocido! En esos años, el que más o el que menos, los trabajadores ya tenían su casita y su cocina hospitalaria, abrigada en invierno y fresca en verano. Cocinas alegres, limpitas, con su heladera en un rincón, la mesa con el hule, las sillas acogedoras. Y el mate o una cervecita helada, y a veces en ese entonces, claro, la carne para el asadito en el fondo. (…) cocinas humildes, de nuestras barriadas, que fueron verdaderos fortines del Movimiento Peronista. Allí se realizaban las reuniones con los compañeros barriales, se distribuía la propaganda, se establecían enlaces, se programaban las pintadas, se planeaba la acción. Allí nos reuníamos, en el ámbito mimético de las cocinas, donde todos son iguales y se confunden, donde nadie llama la atención, como en una gran familia”.

Don César Marcos, al igual que Cooke y que el mismo Perón, desconfió siempre de los “golpes salvadores” prometidos por los militares nacionalistas. Decía: “tuvimos que entender que una insurrección auténtica no nace en los cuarteles sino en el seno del pueblo. Las revoluciones legítimas no se improvisan ni surgen sin un proceso previo de maduración y de preparación”.

Y 18 años después del 55 afirmará: “Después de Caseros, pasaron más de ochenta años de escamoteo histórico, de falseamiento de la verdad nacional, de ignorancia premeditada de la época de Rosas el Grande. (…) Nosotros, los peronistas de la primera resistencia, evitamos la repetición de Caseros. Sin permitir que se apagara, mantuvimos encendida la llama sagrada de Perón. Y esa llama fue la que, al final, floreció en la gran hoguera del 25 de mayo de 1973”.

La Resistencia Obrera y Peronista

Uno de los gestores de la mal llamada Revolución Libertadora, el Contraalmirante Arturo Rial, ante dirigentes del gremio municipal expresó: “Sepan ustedes que esta gloriosa revolución se hizo para que en este bendito país, el hijo del barrendero muera barrendero.”

Daniel James en su libro Resistencia e Integración reproduce el testimonio de un trabajador: "Para nosotros la vuelta de Perón, era la vuelta de la decencia y la dignidad para los que trabajábamos, sacarnos la pata del patrón de encima, era la vuelta de la felicidad, era el final de tanta tristeza y tanta amargura que había en los millones de hombres del pueblo, era el fin de la persecución...".

Dice James: “En términos de estadísticas de huelgas, los años 1956 y 1957 no tuvieron hasta entonces punto de comparación en la historia argentina. En 1956, tan sólo en la Capital Federal, se perdieron más de 5 millones de días de trabajo, y más de 3 millones en 1957. Estas cifras reflejaron no una simple batalla por los salarios: además simbolizaron la lucha que se libraba a diario en los lugares de trabajo para defender condiciones laborales y de organización, conquistadas durante la era de Perón”.

Defender las conquistas laborales y lograr la vuelta de Perón, eran parte de la misma lucha. Y fue sin duda el capítulo más significativo de la Resistencia Peronista. Las conspiraciones, los sabotajes y los caños cumplieron su papel. Pero lo que realmente cuestionaba la dictadura, era la lucha diaria de los trabajadores organizados.

Los nuevos sindicatos antiperonistas y la CIA

Ni bien producido el golpe, muchos sindicatos fueron ocupados a punta de pistola, por comandos civiles integrados por radicales, socialistas, conservadores, nacionalistas católicos y demócratas cristianos. Muchos activistas y delegados sindicales peronistas fueron detenidos o despedidos.

El sindicalismo antiperonista que apoyaba la dictadura, creó la Comisión Pro Recuperación de los Sindicatos Libres (CPRSL), liderada entre otros por socialistas como Francisco Pérez Leirós (municipales), Armando March y Salvador Marcovecchio (comercio), independientes como Riego Ribas, o sindicalistas revolucionarios como Sebastián Marotta (gráficos), y el polémico dirigente sindical estadounidense y miembro de la CIA, Serafino Romualdi, enviado por Estados Unidos para reorganizar el movimiento obrero argentino. De este sector surgirá dos años después la agrupación llamada 32 Gremios Democráticos.

El investigador Philip Agee, en su libro de 1975 “Diario de la CIA”, cuenta que Serafino Romualdi se convirtió en el principal agente de la CIA para operaciones sindicales en América Latina durante más una década, aún cuando se desempeñaba como director de la ORIT. Romualdi estuvo en Guatemala durante y después del golpe de estado promovido por la CIA contra Jacobo Árbenz; y en Argentina fue uno de los organizadores de la Comisión Pro Recuperación de los Sindicatos Libres (CPRSL).

El 16 marzo de 1957, Serafino Romualdi declaraba a La Nación: “Esta política de constante y determinada oposición al régimen peronista totalitario de la Argentina y a sus sostenedores sindicales, nos valió el reconocido aprecio de las agrupaciones obreras democráticas, a quienes seguimos considerando como legítimos portavoces de las masas obreras argentinas”. “Un verdadero movimiento obrero no puede sacrificar jamás la libertad y la democracia con objetivo de obtener algunas ventajas materiales”.

La gran huelga metalúrgica

En 1955 la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) tenía 130.000 afiliados. Era tal vez gremio más importante. Victor Ramos en su excelente libro “Hombres de Acero” dice: “la resistencia comenzó en diciembre del 55 con un conflicto en la fabrica CATITA, con Josçe Rucci a la cabeza, por el despido de varios delegados”.

En junio de 1956 la Federación de Industrias Metalúrgicas, con el apoyo del interventor militar de la UOM, coronel Bartolomé Gallo, propuso modificar el convenio colectivo de trabajo. Entre otras cosas, buscaban quitarle poder a las Comisiones Internas, que justo en ese momento se estaban eligiendo, consolidando una nueva camada de dirigentes jóvenes combativos.

El 13 de noviembre de 1956, el congreso de delegados metalúrgicos convocó a un paro inicial de 24 horas que luego se fue extendiendo. Los dirigentes mas importantes eran Abdala Baluch y Augusto Timoteo Vandor, que fue despedido y detenido. El paro fue de inmediato declarado ilegal. No sólo se despedía a los huelguistas sino tambien se los encarcelaba. A fines de noviembre eran más de cuatrocientos los obreros presos y seguían las detenciones.

El gobierno militar distribuyó volantes a lo largo de la huelga, donde se exhortaba a los comerciantes de Avellaneda y Lanús a no abrirles crédito a los huelguistas. Tanques y tropas patrullaron las calles, y la mayor parte de las plantas fueron ocupadas por el ejército.

El 26 de diciembre, ante la presión represiva, el Plenario Nacional Metalúrgico votó levantar la huelga en todo el país, aunque el conflicto siguió donde había presos y despidos, como CATITA, Siam, Tamet y Carma. Aunque fue derrotada, la huelga es recordada como símbolo de la resistencia.

La Resistencia Peronista en primera persona

La Comisión Provincial de la Memoria de la Provincia de Buenos Aires, grabó una serie de testimonios de militantes de la Resistencia Peronista. Este es parte del testimonio de Juan Ubaldo Bonino quien en 1955 era delegado sindical en la textil Ducilo.

Bonino comienza recordando lo que significó el peronismo para él como trabajador: “De aquél peronismo primario tengo una imagen muy definida. Imaginate un pueblo al que le costaba sobrevivir un mes, empezó a vivir bien; se empezaron a ganar buenos sueldos. La repartición de la ganancia era 50 para el obrero y 50 para el capital. Y eso se distribuía, era equitativo. La juventud empezó a tener esperanza de algo. Imaginate que yo a los 22 años, en el año 51 saqué un préstamo en el Banco Hipotecario Nacional y dos años después tenía la casa terminada. Cómo logra un joven, con una esposa, tres hijos, llegar a concretar el sueño de la casa propia? Y eso lo daba el peronismo, no lo dio ningún otro, los préstamos eran del 4 y medio por ciento anual, casi nada de interés. Pero eso era justicia social.”

Luego cuenta como vivieron en la fabrica esos días de la “libertadora”: “El 13 de octubre del 55, cae la infantería de marina a Ducilo a sacar el busto de Evita, que nosotros habíamos puesto en un ingreso de la fabrica. La gerencia nos llama a los delegados que estábamos. Y nos negamos rotundamente a sacarlo nosotros. Entonces el gerente nos dice “mire que lo van a tirar al suelo”, “que lo tiren y después esperen las consecuencias” respondimos. Lo tiraron. Cuando tiraron el busto de Evita, paramos la fábrica en forma inmediata. Y estuvimos parados como tres, cuatro días. El sentimiento era de angustia, mucha angustia.... Y si hubiéramos tenido armas, nos hacíamos matar. Estábamos dispuestos a todo. Pero no teníamos con qué luchar. Y no sabíamos cómo luchar... Después aprendimos con el tiempo. Después aparecieron las pintadas, las bombas molotov, y otros detalles, que no se pueden contar en público (se ríe)”.

“Claro, porque después de la caída de Perón, comenzamos a conversar entre los amigos, que teníamos ideas revolucionarias, revolucionarios en ese tiempo. Qué sabíamos nosotros de hacer revoluciones, lo único que teníamos era un gran sentimiento y una gran convicción peronista”.

“Nosotros queríamos que Perón volviera al país, pero no sabíamos cómo hacerlo. Entonces con alguna gente con más experiencia, comenzamos a trabajar… a formarnos en células. Empezamos a hablar, a producir hechos, porque los hechos que nosotros producíamos eran muy simples: salíamos una noche a escribir paredes. Poníamos “Perón vuelve”, y escribíamos y escribíamos... Y también con mimeógrafos viejos, a mano, hacíamos volantes.”

“Andábamos en distintas casas, para no dejar sentado el hecho de que estábamos siempre en el mismo lugar. Empezó todo ahí en la zapatería del compañero Fermín Yanarese, pero después en distintos lugares. Una noche, a mí señora le caigo con 8 personas. En mi casa, en éste comedor, durmieron 8 personas que las buscaba la policía. Mi señora no durmió en toda la noche. A la mañana, se levantaron y se fueron. A mi me allanaron varias veces buscando armas, pero nunca encontraron nada. Con tres hijos chicos yo no podía ser tan irresponsable de traer armas a mi casa. No podía hacer eso. Que afuera tuviera un arma en la mano y pudiera usarla era otra cosa, pero en mi casa no”.

“Nosotros queríamos que el pueblo supiera que el peronismo estaba vivo. Que a través de la lucha nuestra supieran que el peronismo estaba vivo. Eso era lo fundamental.”

Y así fue como decía César Marcos, que “una vez más la hormiga debió luchar contra el elefante y una vez más venció”. Muchos miles de Juanes Bonino cuyos nombres desconocemos y murieron en el olvido, “mantuvieron prendida la llama del peronismo”, que 75 años después todavía sigue viva.

 

(*) Autor de Salvados por Francisco “La Lealtad-Los montoneros que se quedaron con Peron”.