A Aldo Teodosio Guerra se lo podría definir como un hombre sicoanalizado, es decir, más que civilizado. De profesión contador, su fe peronista seguramente heredada de un antepasado lo llevó a desempeñarse como diputado provincial, de gran predicamento y alcurnia política.

Por Juan Ahuerma Salazar

Su estatura más bien magra, y un temperamento más que fogoso, revolucionario, le ganaron el apelativo de Santucho de Pesebre. En obvia alusión a Mario Santucho, fundador del ERP en la década de los setenta.

En el Congreso de diputados provincianos hubieran logrado constituir un bloque propio con el Cuchi Leguizamón, que como anarquista se declaraba extrapartidario, y el Langosta Saravia Day, un radical bastante poético y bohemio. No lo hicieron porque no coincidieron en el tiempo.

Solía ufanarse, el Aldo Guerra, de tener casi veinte años de psicoanálisis ininterrumpido con una Pope de la disciplina ortodoxa en el Noroeste Argentino, la Profesora Clara Espeja, cuyo nombre y apellido preanunciaban su función social y astral en este conflictuado y confuso mundo. Los motivos de la recurrencia terapéutica giraban en torno a lo que definíase como una irreprimible adicción sexual, dicho de otro modo era bastante putañero, y una marcada tendencia a la chupandina. Y él se refería a su currícula en cuanto a los años de terapia que llevaba cual si se tratara de una carrera del tipo humanístico, como Filosofía y Letras.

Tenía una novia angelical, con la cual no llegó a desposarse nunca, precisamente de nombre Angelina, al cual le hacía honor dada su condición familiar aristocrática y a su fé católica militante a rajatablas, tanto que había egresado del Colegio de Jesús revistando en el cuadro de honor durante parte de la primaria y toda la secundaria. Una pareja disfuncional se podría decir, dado que ella era una chola (perteneciente a familias patricias o a la llamada clase oligárquica salteña) en el más amplio sentido de la palabra, y él un político ateo y revolucionario.

De esa falla nacieron incidentes propios de la disyunción en la domesticidad amorosa. Llegadas al domicilio de la novia a altas horas de la madrugada, en alto estado de gracia etílica. Las repetidas negativas de la novia angelical a dejarlo trasponer las puertas del paraíso al que el romeo se creía destinado, la trifulca entre el zaguán y la puerta de cancel. La madre anciana que se despertaba espantada, se trataba de una casa de mujeres solas, los gritos y susurros y alguna llamada telefónica que más de un par de veces convocaron a la policía. Y el corolario del personal policial que no sabía cómo actuar ante un funcionario de alto rango que ostentaba un carnet con escudo oficial, mientras les recordaba que le debían obediencia y obsecuencia aunque no pudiera mantenerse en pié y se fuera a los quimbrazos para desaparecer entre las sombras de las que había salido.

El hecho es que un día se había ido a San Miguel de Tucumán para ver a su terapeuta preferida, la Dra. Clara Espeja, fresco y perfumado, y lleno de buenas noticias. Así se lo comunicó a la profesional de la escuela freudiana, a lo que le agregó la presunción de que, después de escuchar los cambios a los que había acontecido, seguramente le iba a otorgar sin duda alguna un alta terapéutica ampliamente merecida.

-A ver, Contador Guerra, estoy ansiosa por escuchar sus buenas noticias –le dijo ella sin poder ocultar su conocida perspicacia y su tenaz incertidumbre.

Entonces él le contó, en la posición decúbito ventral que la supina comodidad del diván le permitía, que había dejado atrás la pertinaz adicción al cabaret y también al beberaje que perturbaban su buen desempeño en la vida social y traían consabidas desventuras a su vida familiar.

-Ajhá –dijo lacónica la terapeuta-. En verdad son excelentes noticias, ¿Y cómo es que ha ocurrido eso?

-Bueno –le aclaró el buen paciente-. Finalmente, y gracias a su ayuda, hice insight, tomé clara conciencia de sus señalamientos: tuve que enfrentarme a la realidad de mi patología, no sin dolor por supuesto, y asumir que debía realizar un cambio que además de radical sea definitivo, si es que no quería ver mi vida sumida en el fango del sinsentido y el fracaso existencial.

-Qué bien, ¿y qué más me puede decir?

Le explicó que había abierto nuevamente su estudio de Contador. Para ello había alquilado una casona señorial en la calle Facundo de Zuviría, tercera cuadra, cincuenta metros pasando la calle Santiago del Estero, un lugar privilegiado, más aún teniendo en cuenta de que se encontraba a la vuelta de la legislatura provincial, adonde se desempeñaba como diputado prácticamente vitalicio.

-Qué bien ¿Ya lo ha inaugurado?

Que no sólo estaba inaugurado, sino que ya estaba amoblado y funcionando regularmente con una nutrida clientela.
-La verdad, es que no dejan de ser buenas noticias. ¿Me puede contar cómo lo ha amueblado?

Bueno, después de la puerta de cancel hay una pequeña sala de recepción que dispone de un juego de sillones Luis XVI, con una mesa ratona de mármol que contiene un florero Boticelli y un cenicero clásico de metal para los fumadores.

-Ajhá, ¿Y después?

Un estar de medianas dimensiones, con un diván y dos butacas de fietro rojo, y entre ambas una pequeña mesada con un equipo de música de alta fidelidad. También un pequeño bar con cafetera para bebidas calientes. Para que los clientes se sientan cómodos y relajados.

-¿Es todo lo que tiene en el resto bar?

Por supuesto que no, abajo está dispuesta una pequeña heladera con algunas bebidas.

-¿Qué clase de bebidas?

Champán, Wisky por supuesto, Vodka siberiano, Fernet, Gin y algunas bebidas cola, siempre hay que estar pendiente de las preferencias del cliente.

-¿Y florero ahí no hay?

Sí, una réplica del anterior, con la diferencia de que éste es rosado y el de la otra sala es celeste. Mi secretaria se encarga de que tengan flores siempre frescas, es un detalle Doctora, que como usted dice, expresa y manifiesta un muy particular estilo.

-Ah, ¡tiene secretaria!

Sí, una excelente chica, ella se encarga de acomodar el escritorio, manejar los anaqueles, he dispuesto un fichero electrónico con una botonera táctil que ella, a pesar de su corta edad, ha aprendido a manejar magistralmente.

-No me diga. ¿Qué edad tiene, y cómo la ha conseguido?

Veintiún años. Yo ya la conocía de antes. En algún tiempo habíamos mantenido una relación sentimental, pero como ella tenía compromiso hace un par de años nos habíamos dejado de ver.

-Ajhá, ¿y actualmente mantiene usted una relación con ella?

Y sí, que era inevitable, Doctora, usted sabe cómo suelen suceder estas cosas. Como quién dice, donde hubo fuego, cenizas quedan. Pero ello no interfiere para nada, Doctora, se desempeñan muy bien las dos.

-Ah, ¿tiene otra secretaria?

Sí, es prima de Celia. Estaba necesitando y me pareció adecuado ofrecerle trabajo.

-¿Y qué edad tiene la chica?

Diecinueve años, es muy despierta y realmente tiene ganas de progresar, siempre está muy bien dispuesta. Yo, además, la ayudo con sus estudios, realmente lo merece.

-¿Y usted mantiene alguna relación sexual con ella?

Y…, sí, ocasionalmente, usted sabe cómo son esas cosas Doctora.

Clara Espeja, la Psicoanalista estrella del norte argentino hizo cinco minutos de un incómodo silencio, y después sentenció.

-Contador Aldo Guerra, used no dejó el Cabaret. Usted se llevó el Cabaret a su casa.

Años después le fue amputada una pierna a causa de la diabetes. Hizo el velatorio de su pierna en la sala funeraria de Pieve. Como era un hombre muy popular se realizó a sala llena. Muchos casi se mueren del susto, pues al llegar se dieron con el que creían muerto, que los recibía bien trajeado, encorbatado, perfumado y con muletas.

Luego, cuando murió él hubo muchos menos asistentes. La mayoría pensaba que se trataba de su otra pierna.