Por Abel Cornejo
No necesariamente las tácticas y estrategias que llevan a un triunfo electoral sirven o son útiles para gobernar. Si bien la afirmación parece sentenciosa, no lo es tanto, sino que la realidad y las prácticas republicanas se han encargado de desmitificar la lógica de la teoría para que se imponga la praxis.
Exactamente eso es lo que está ocurriendo en el país en este momento. Luego del alud político que implicó el “affaire” Alberto Fernández, el gobierno nacional estuvo convencido de que el escándalo le daría pábulo para disimular errores no forzados durante varias semanas. Parecería, entonces, que no se conoce a la Argentina, país acostumbrado a sacudirse como una embarcación en medio de aguas procelosas, donde la ola más grande queda atrás, porque luego se formará otra aún mayor. Nadie en su sano juicio minimiza el “affaire” del ex presidente, lo que sucede es que, en la lógica del poder, detenerse un instante puede traer aparejado perder un siglo.
La postulación del juez Ariel Lijo, quien no reúne ninguno de los requisitos elementales que se esperan para un aspirante a la Corte Suprema de Justicia de la Nación, puso de manifiesto varias cosas a la vez. La primera es, que no era la figura adecuada y que despertó el rechazo de los sectores más diversos de la opinión pública. La siguiente, que con su exposición ante la Comisión de Acuerdos del Senado confirmó todas las dudas, tanto como las certezas de que era improponible para ese lugar e incluso para seguir siendo juez.
A continuación, apareció otra y es que nadie quiso hacerse cargo del candidato, impulsado por el juez supremo Ricardo Lorenzetti, mucho más por rencor y codicia que por objetividad. En ese sentido, el peronismo buscó que el gobierno afirmara que Lijo era su candidato y todavía está esperando que se pronuncie.
Sin embargo, en una maniobra que demuestra años en el ejercicio del poder, el justicialismo, ya con Lijo en el Senado, sostuvo que podría negociar si se ampliase la Corte, o si ellos proponían a la Procuración General, vacante desde hace más de ocho años o si se daba acuerdo senatorial a más de 123 ternas para jueces federales que están estacionadas y sin tratamiento. Es decir, el acuerdo de Lijo se paga de contado rememorando la conocida frase del senador catamarqueño Vicente Leónidas Saadi que supo manejar con baquía y astucia esa Comisión clave, durante los primeros años de la democracia.
Pretender que se le otorgue el acuerdo a Lijo sin más, con lo que representa el juez, es de una inocencia proverbial aseveró uno de los senadores justicialistas con sorna, mientras afiebradamente el propio candidato y Lorenzetti intentaban sumar adherentes. De manera tal que una caja de pandora pudo haberse abierto, sin tener siquiera en cuenta que cuando el gobierno de Alberto Fernández propuso al juez federal Daniel Rafecas como Procurador General de la Nación y tenía mayoría propia en el Senado, el pliego nunca se trató. Lecciones te da la vida, dicen algunos. Habría que aprenderlas y rápido. Todo esto sin sumar a un Mauricio Macri, que parece sentirse más cómodo jugando sutilmente a ser un político florentino manejando la ambigüedad, que líder de un partido que fue devorado por una especie de packman como Milei. Macri, después de varios desaires y muchos apoyos incondicionales, ahora decidió que jugará a dos puntas hasta tanto vea luz al final del túnel ¿La verá?
A esas peripecias, continuaron otras. Todas en una misma semana y ampliada a los días siguientes. El oficialismo supo acumular tres derrotas aplastantes, furia e insultos mediante de un presidente desorbitado ante su propia impericia, con el aumento a los jubilados, el rechazo al DNU que pretendía darle cien mil millones de pesos (escrito suena más impresionante aún el número) a la recreada Secretaría de Inteligencia del Estado y el escándalo del bloque de la Libertad Avanza a raíz de la visita a condenados por crímenes de lesa humanidad que lo partió en mil pedazos, incluyendo una presunta corresponsabilidad de legisladores salteños de ese espacio, que en un primer momento negaron su participación. El desorden tuvo ribetes propios de un filme de Federico Fellini, mezclado con gritos, denuncias penales, padres de legisladoras amenazando a una diputada, entre otros ingredientes propios de un sainete.
En lo esencial, el presidente salió a defenestrar a los senadores que habían aprobado el aumento a los jubilados, llamándolos degenerados fiscales, descalificación recurrente utilizada por el primer mandatario en un tema que le puede significar un movimiento similar al de la marcha universitaria del 23 de abril de este año. La sociedad ve con malos ojos el padecimiento sistemático del sector pasivo ante el impiadoso ajuste llevado a cabo por el gobierno nacional y no comprende de reacciones destempladas, cuando en realidad lo que percibirían de bolsillo era nada más que $13.000 ¿Podía afectar realmente ese aumento la obsesión presidencial por mantener bajo el déficit fiscal?
Cuando ya parecía suficiente, el presidente no se privó, haciendo gala de un sentido del humor entre macabro y perverso, de pretender jugar con el diputado nacional radical Martín Tetaz en una imagen difundida por las redes, con el ex diputado pedófilo misionero prófugo, que aparece en varias fotos con Patricia Bullrich y el inexplicable y obsecuente Secretario de medios Eduardo Serenellini, entre otros.
¿Con Loan desaparecido, podía cometerse semejante despropósito?